El solo hecho de vivir, sentir, amar, debe dar al ser humano la plenitud emocional necesaria para buscar en sí mismo, su contacto con esa energía creadora.
En todos los reinos de la naturaleza, la vida se manifiesta siguiendo un orden armonioso, obedeciendo a las leyes naturales que conducen a cada reino a una esplendorosa manifestación.
Todo es armonía en el cosmos: soles, estrellas, planetas, siguen siderales rutas, siempre guardando el orden de las leyes que se conjugan en el universo.
Todo este conjunto de vida es guiado por leyes naturales, físicas, que responden a un orden material, donde no tiene injerencia el pensamiento.
Este, es producto del espíritu del hombre: pensamiento, sentimiento y acción, constituyen las facultades espirituales con las que cuenta cada ser humano, para conocerse, superarse y proyectarse.
Transitar por el siglo XXI implica nuevos y numerosos desafíos que vinculan al ser humano al desarrollo de la ciencia y de la tecnología entre otros conocimientos, pero sin duda, como individuos con destino trascendente que somos, en nuestro equipaje, traemos también, para este nuevo tiempo, viejas deudas: el conocimiento minucioso de nuestra personalidad y su proyección en quienes nos rodean.
En la combinación del pensamiento, del sentimiento y en la posibilidad de obrar conforme a lo que se comprende que es el bien, el ser se libera, se enriquece y trasciende a los demás, es el deseo constante de ayuda, de colaboración y preocupación por sus necesidades.
Cuando se logra reunir en uno mismo, estos estados, se encuentra una poderosa razón para vivir, vivir con felicidad, con la alegría que brota de la serenidad de conciencia, de la paz del espíritu que descubre lo que siente y piensa. En este análisis introspectivo, la sinceridad será sin dudas, la llave que posibilite abrir el corazón y reconocer posibles egoísmos o mezquindades que sólo generan en nuestra alma, angustias y estados depresivos.
Cuando el hombre deja sin utilizar sus capacidades morales es un instrumento al que le faltan cuerdas, cuando las emplea mal es un instrumento desafinado. Por ello, la vida apela a la conciencia del ser y al ejercicio de todas sus facultades morales, intelectuales y espirituales.
En todos los reinos de la naturaleza, la vida se manifiesta siguiendo un orden armonioso, obedeciendo a las leyes naturales que conducen a cada reino a una esplendorosa manifestación.
Todo es armonía en el cosmos: soles, estrellas, planetas, siguen siderales rutas, siempre guardando el orden de las leyes que se conjugan en el universo.
Todo este conjunto de vida es guiado por leyes naturales, físicas, que responden a un orden material, donde no tiene injerencia el pensamiento.
Este, es producto del espíritu del hombre: pensamiento, sentimiento y acción, constituyen las facultades espirituales con las que cuenta cada ser humano, para conocerse, superarse y proyectarse.
Transitar por el siglo XXI implica nuevos y numerosos desafíos que vinculan al ser humano al desarrollo de la ciencia y de la tecnología entre otros conocimientos, pero sin duda, como individuos con destino trascendente que somos, en nuestro equipaje, traemos también, para este nuevo tiempo, viejas deudas: el conocimiento minucioso de nuestra personalidad y su proyección en quienes nos rodean.
En la combinación del pensamiento, del sentimiento y en la posibilidad de obrar conforme a lo que se comprende que es el bien, el ser se libera, se enriquece y trasciende a los demás, es el deseo constante de ayuda, de colaboración y preocupación por sus necesidades.
Cuando se logra reunir en uno mismo, estos estados, se encuentra una poderosa razón para vivir, vivir con felicidad, con la alegría que brota de la serenidad de conciencia, de la paz del espíritu que descubre lo que siente y piensa. En este análisis introspectivo, la sinceridad será sin dudas, la llave que posibilite abrir el corazón y reconocer posibles egoísmos o mezquindades que sólo generan en nuestra alma, angustias y estados depresivos.
Cuando el hombre deja sin utilizar sus capacidades morales es un instrumento al que le faltan cuerdas, cuando las emplea mal es un instrumento desafinado. Por ello, la vida apela a la conciencia del ser y al ejercicio de todas sus facultades morales, intelectuales y espirituales.
Concebir esta potencialidad, es empezar a realizarse de acuerdo con su naturaleza superior y ello implica la responsabilidad de perfeccionarse constantemente. Al ir tomando conciencia de sus errores y de sus fortalezas, irá lentamente descubriendo el sentido trascendente de su vida y no estará tan sujeto a luchas superficiales y preocupaciones banales. Otra será su mirada sobre la vida, otros, sus intereses y anhelos.
Es posible entonces que descubra que sólo el hecho de vivir lo faculta para la más esplendorosa realización y su conciencia entonces, se unificará con todo lo creado, su auto confianza se acrecentará, encontrará significado a la existencia, porque en ella aprenderá mediante sus errores, sus dolores, sus esperanzas y sus alegrías.
Cuando contemplamos el espectáculo del mundo con los ojos de la ciencia puestos en la naturaleza entera, se nos presenta bajo el carácter de un dinamismo inmenso, en cuyo seno se transforman las fuerzas formidables de la física y de la química. Toda esta laboriosa manifestación no se realiza en la angustia ni en el dolor, sino en la maravillosa alegría de existir, que es la realización de la vida a través de todos los elementos de la naturaleza.
Todo grita alegría de vivir. Así también debemos descubrir, en el fondo de nuestra alma, esta alegría de vivir, traducida en agradecimiento, en serenidad, en optimismo ante las dificultades de la vida.
La contemplación profunda del universo nos invita a vivir, a regocijarnos y a meditar sobre nuestra naturaleza espiritual, capaz de emocionarnos y vibrar en consonancia con un orden superior.
Walt Whitman, en su libro "Canto a mí mismo" expresa: "Hoy, antes del amanecer, subí a la montaña, miré los cielos llenos de estrellas y le dije a mi espíritu: cuando conozcamos todos esos mundos, el placer y la sabiduría de todas las cosas que contienen, estaremos ya tranquilos y satisfechos?... y mi espíritu dijo: no, cuando lleguemos a esas alturas será sólo para continuar adelante….”
Es posible entonces que descubra que sólo el hecho de vivir lo faculta para la más esplendorosa realización y su conciencia entonces, se unificará con todo lo creado, su auto confianza se acrecentará, encontrará significado a la existencia, porque en ella aprenderá mediante sus errores, sus dolores, sus esperanzas y sus alegrías.
Cuando contemplamos el espectáculo del mundo con los ojos de la ciencia puestos en la naturaleza entera, se nos presenta bajo el carácter de un dinamismo inmenso, en cuyo seno se transforman las fuerzas formidables de la física y de la química. Toda esta laboriosa manifestación no se realiza en la angustia ni en el dolor, sino en la maravillosa alegría de existir, que es la realización de la vida a través de todos los elementos de la naturaleza.
Todo grita alegría de vivir. Así también debemos descubrir, en el fondo de nuestra alma, esta alegría de vivir, traducida en agradecimiento, en serenidad, en optimismo ante las dificultades de la vida.
La contemplación profunda del universo nos invita a vivir, a regocijarnos y a meditar sobre nuestra naturaleza espiritual, capaz de emocionarnos y vibrar en consonancia con un orden superior.
Walt Whitman, en su libro "Canto a mí mismo" expresa: "Hoy, antes del amanecer, subí a la montaña, miré los cielos llenos de estrellas y le dije a mi espíritu: cuando conozcamos todos esos mundos, el placer y la sabiduría de todas las cosas que contienen, estaremos ya tranquilos y satisfechos?... y mi espíritu dijo: no, cuando lleguemos a esas alturas será sólo para continuar adelante….”
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