domingo, 17 de marzo de 2024

EL CLUB DE LAS BUENAS PERSONAS

 





Hay personas tan empáticas y solidarias que se olvidan de atender sus propias necesidades emocionales para resolver compulsivamente los problemas de los demás.

 

Hay personas que se pasan la vida pensando más en los demás que en sí mismos. Personas extremadamente empáticas y solidarias, cuya vocación consiste en ayudar a otros. De hecho, muchos profesionalizan esta pulsión innata con la que nacieron, convirtiéndose en médicos, enfermeros, psicólogos, asistentes sociales o voluntarios al servicio de alguna causa humanitaria. En muchos casos, incluso dedican sus vacaciones a enrolarse en alguna ONG, atendiendo a los más pobres y desfavorecidos.

 

En su ámbito familiar y social, por ejemplo, suelen convertirse en la persona de referencia a la que el resto de amigos acuden cuando padecen algún contratiempo, problema o penuria. Son los primeros en ir al hospital cuando alguien que conocen acaba de ser operado, sufre una enfermedad o ha tenido un accidente. O en echar una mano cuando alguien se cambia de piso y necesita ayuda con la mudanza.

 

Todos ellos suelen tener como referentes a la Madre Teresa de Calcuta o a Vicente Ferrer. Inspirados por su ejemplo, consideran que lo más importante en la vida es ser “buenas personas”. De ahí que por encima de todo se comprometan con la generosidad, el altruismo y el servicio a los demás. Sin embargo, este comportamiento aparentemente impecable puede albergar un lado oscuro. Tarde o temprano llega un punto en que su compulsión por ayudar les termina pasando factura.

 

FALTA DE AUTOESTIMA

“No hay amor suficiente para llenar el vacío de una persona que no se ama a sí misma.”

(Irene Orce)

 

Cuenta una historia que un joven fue a visitar su anciano profesor. Y entre lágrimas, le confesó: “He venido a verte porque me siento tan poca cosa que no tengo fuerzas ni para levantarme por las mañanas. Todo el mundo dice que no sirvo para nada. ¿Qué puedo hacer para que me valoren más?” El profesor, sin mirarlo a la cara, le respondió: “Lo siento, chaval, pero ahora no puedo atenderte. Primero debo resolver un problema que llevo días posponiendo. Si tú me ayudas, tal vez luego yo pueda ayudarte a ti”.

 

El joven, cabizbajo, asintió con la cabeza. “Por supuesto, profesor, dime qué puedo hacer por ti”. El anciano se sacó un anillo que llevaba puesto y se lo entregó al joven. “Estoy en deuda con una persona y no tengo suficiente dinero para pagarle”, le explicó. “Ahora ves al mercado y véndelo. Eso sí, no lo entregues por menos de una moneda de oro”.

 

Una vez en la plaza mayor, el chaval empezó a ofrecer el anillo a los mercaderes. Pero al pedir una moneda de oro por él, algunos se reían y otros se alejaban sin mirarlo. Derrotado, el chaval regresó a casa del anciano. Y nada más verlo, compartió con él su frustración: “Lo siento, pero es imposible conseguir lo que me has pedido. Como mucho me daban dos monedas de bronce.” El profesor, sonriente, le contestó: “No te preocupes. Me acabas de dar una idea. Antes de ponerle un nuevo precio, primero necesitamos saber el valor real del anillo. Anda, ves al joyero y pregúntale cuánto cuesta. Y no importa cuánto te ofrezca. No lo vendas. Vuelve de nuevo con el anillo.”

 

Tras un par de minutos examinando el anillo, el joyero le dijo que era “una pieza única” y que se lo compraba por “50 monedas de oro”. El joven corrió emocionado a casa del anciano y compartió con él lo que el joyero le había dicho. “Estupendo, ahora siéntate un momento y escucha con atención”, le pidió el profesor. Y mirándole a los ojos, añadió: “Tú eres como este anillo, una joya preciosa que solo puede ser valorada por un especialista. ¿Pensabas que cualquiera podía descubrir su verdadero valor?” Y mientras el anciano volvía a colocarse el anillo, concluyó: “Todos somos como esta joya: valiosos y únicos. Y andamos por los mercados de la vida pretendiendo que personas inexpertas nos digan cual es nuestro auténtico valor”.

 




GENEROSIDAD EGOCÉNTRICA

“Si das para recibir es cuestión de tiempo que acabes echando en cara lo que has dado por no recibir lo que esperabas.”

(Erich Fromm)

 

Dentro de este ‘club de buenas personas’ hay quienes dan desde la abundancia y quienes, por el contrario, dan desde la escasez. Es decir, quienes dan por el placer de dar y quienes, por el contrario, lo hacen con la esperanza de recibir. Centrémonos en estos últimos, indagando acerca de lo que mueve realmente sus acciones. Muchos de estos ayudadores se fuerzan a hacer el bien, siguiendo los dictados de una vocecilla que les recuerda que ocuparse de sí mismos, de sus propias necesidades, es “un acto egoísta”. No en vano, están convencidos de que para ser felices la gente les ha de querer. Y de que para que la gente les quiera y piense bien de ellos han de ser buenas personas.

 

Movidos por este tipo de creencias, suelen ofrecer compulsivamente su ayuda, atrayendo a su vida a personas necesitadas e incapaces de valerse por sí mismas. Al posicionarse como ‘salvadores’, consideran que los demás no podrían sobrevivir ni prosperar sin su ayuda. De ahí que tiendan a interferir en los asuntos de sus conocidos, ofreciéndoles consejos aun cuando nadie les haya preguntado. Sin ser conscientes de ello, pecan de soberbia, posicionándose por encima de quienes ayudan, creyendo que saben mejor que ellos lo que necesitan. Paradójicamente, su orgullo les impide reconocer sus propias necesidades y pedir auxilio cuando lo requieren.

 

Detrás de su personalidad agradadora, bondadosa y servicial se esconde una dolorosa herida: la falta de amor hacia sí mismos, el cual buscan desesperadamente entre quienes ayudan, volviéndose individuos muy dependientes emocionalmente. Esta es la razón por la que con el tiempo aflora su oscuridad en forma de reproches, sintiéndose dolidos y tristes por no recibir afecto y agradecimiento a cambio de los servicios prestados. En algunos casos extremos terminan estallando agresivamente, echando en cara todo lo que han hecho por los demás. También utilizan el chantaje emocional, el victimismo o la manipulación para hacer sentir culpables a quienes han ayudado, esperando así obtener el amor que creen que merecen y necesitan para sentirse bien consigo mismos.

 

SOLEDAD E INTROSPECCIÓN

“Si no te amas tú, ¿quién te amará? Si no te amas a ti, ¿a quién amarás?”

(Darío Lostado)

 

El punto de inflexión de estos ayudadores compulsivos comienza el día que deciden adentrarse en un terreno tan desconocido como aterrador: la soledad y la introspección, poniendo su empatía al servicio de sus propias necesidades. Solo así superan su adicción y dependencia por el amor del prójimo, volviéndose mucho más independientes y autosuficientes emocionalmente. Solo así logran poner limites a su ayuda –sabiendo decir “no”–, sin sentirse culpables o egoístas por priorizarse a sí mismos cuando más lo necesiten.

 

Antes de volver a ayudar a alguien, puede ser interesante que se pregunten qué es lo que les mueve a hacerlo, comprendiendo el patrón inconsciente que se oculta detrás de sus buenas intenciones. De este modo dejarán de acumular sentimientos negativos hacia aquellos que no les devuelven los favores prestados. A su vez, también pueden recordarse que cada persona es capaz de asumir su propio destino, aprendiendo a resolver sus problemas por sí misma.

 

En este sentido, es fundamental que comprendan que nadie hace feliz a nadie, puesto que la felicidad se encuentra en el interior de cada ser humano. Lo cierto es que este bienestar interno es el motor del verdadero amor, desde el que las personas dan lo mejor de sí mismas sin esperar nada a cambio. En vez de comportarse como buenos samaritanos, su gran aprendizaje consiste en ser personas felices. Es entonces cuando comprenden que dar es la verdadera recompensa.

 



miércoles, 6 de marzo de 2024

EVOLUCIONAR CORRECTAMENTE NOS EVITA SUFRIR

 


 


EL CONOCIMIENTO DE NOSOTROS MISMOS NOS DICE QUE “EL SER HUMANO ESTÁ EN UN PROCESO DE EVOLUCIÓN PERMANENTE”.

Por lo tanto, todo aquello que hagamos por favorecer el desarrollo, estará en coherencia con lo que constituye nuestra propia naturaleza. Es por ello que el hecho de asumir la responsabilidad de adquirir conocimiento y desplegar nuestros grandes potenciales, supone la medicina existencial por excelencia.

PODRÍA DECIRSE QUE EL CRECER Y DESARROLLARSE DE MANERA INTEGRAL, ES EL REMEDIO MÁS EFICAZ PARA HACER CESAR EL SUFRIMIENTO.

Sabemos que estando atentos y observando a nuestra mente, podemos desarticular las pautas de victimismo y dramatización que subyacen tras una mente que se resiste y sufre. Al respecto afirma Einstein: “Ningún problema puede ser resuelto en el mismo nivel de consciencia en el que se creó.” ¿Acaso esta idea no es la intuición que sentimos de que el crecimiento de por sí, conduce a un nivel de libertad y bienestar?

¿Quién no ha sentido gozo cuando, de pronto, se ha dado cuenta de que ante un obstáculo que en su vida se ha venido repitiendo, responde a éste de manera más adecuada que en anteriores etapas? Sin duda, tal “progreso psico-neurológico” es un logro que merece celebración. El hecho de dejar atrás el enredo y el desgaste, señala que hemos crecido, que somos capaces de dejar atrás caminos equivocados y dañinos para emprender otros más acertados y sanos.

Nos gustaría no sentirnos víctimas de sentimientos tales como el temor, la anticipación ansiosa o la reacción automatizada. Sin embargo, no puede negarse que uno de los maestros más eficaces del crecimiento es el error cometido por nuestras reacciones automáticas y el doloroso examen posterior que convierte tal error en experiencia.

Sabemos que el Universo está en permanente crecimiento. Todos crecemos, nada se estanca. Al parecer, tras aquel Big Bang no hemos cesado de expandirnos en espirales infinitas, da igual si creemos ir de ida o de vuelta.

La satisfacción de crecer adopta muchas formas: el niño anhela ser mayor como lo son sus padres. Le gusta que se mida su altura y comprobar que ha crecido hasta la “siguiente raya”; siente satisfacción también al dejar atrás la ropa que le va quedando pequeña. Más tarde, y siendo un joven, quiere madurar para adquirir experiencia; en realidad, desea disfrutar de la vida y gestionar con nuevos poderes las oportunidades que se le brindan.

Por su parte, los seres ya maduros se recrean observando cómo pueden crear distancia con las cosas que antes les arrastraban, al tiempo  que anhelan la felicidad para los demás, mientras ellos se recrean en la merecida paz alcanzada.

TODOS QUEREMOS CRECER. EL DESARROLLO NUNCA ACABA. TRAS DESCUBRIRSE EL PRINCIPIO DE NEUROPLASTICIDAD CEREBRAL, SABEMOS QUE NUESTRO CEREBRO PUEDE CRECER EN NEURONAS Y CONEXIONES, HASTA EL MISMO DÍA EN QUE LA VIDA DEL CUERPO ACABA. NADIE QUIERE VOLVER ATRÁS, AUNQUE CONSIDERE QUE HA PERDIDO OPORTUNIDADES QUE LLEGARON A SU VIDA.

Aceptamos vivir y vivirnos desde ese yo que cada uno traemos puesto, quizás porque se confía en que con el desarrollo todo puede ser posible por más inseguridades y carencias que hoy se tengan.

Se diría que el río sabe que cada etapa del camino, cada cascada por la que fluye y avanza, está más cerca del mar. EL SER HUMANO, A SU VEZ, SABE QUE CADA DÍA ESTÁ MÁS CERCA DE LA LUZ DE LA CONCIENCIA, y eso, de alguna forma, confirma que en nuestro destino existen salidas internas que nos permiten superar toda circunstancia adversa.

Sabemos que el tiempo va a favor del progreso, aunque a veces no lo parezca; y también sabemos que el ahora del ayer, nunca será mejor que el ahora del mañana.

ACABAMOS POR RECONOCER QUE, PASADO UN TIEMPO, “LAS CUENTAS SIEMPRE CUADRAN” INTUIMOS QUE LO MEJOR SIEMPRE ESTÁ POR LLEGAR Y QUE TAL ACTITUD NACE DEL SABER QUE NO VEMOS LAS COSAS COMO SON, SINO COMO SOMOS.

Si nosotros cambiamos, el mundo cambiará. Somos un proyecto ilimitado que, al igual que el árbol, cada año gana un círculo en su tronco y resiste mejor los vientos y las tormentas.

Estemos atentos. Recordemos de nuevo que mientras podamos crecer, lo mejor de nuestra vida estará siempre por llegar, sea cual sea nuestra circunstancia. Podremos superar y atravesar enfermedades y pérdidas, podremos envejecer y asistir al decaimiento de capacidades… Sin embargo, conforme relativizamos al yo, sucederá que la alegría de vivir y la paz profunda ocuparán cada vez más espacio en la vida interna.

Alguien dijo: “EL POBRE DESEA RIQUEZAS, EL RICO ANSÍA EL CIELO Y, EL SABIO, TAN SÓLO UNA MENTE SOSEGADA”. 

Al final, el propósito del crecimiento es dejar atrás las defensas que construimos frente al amor, un amor que somos en esencia y que nada ni nadie nos puede dar ni quitar; un amor que constituye nuestra esencia e identidad profunda que, cuando es descubierta, ilumina y libera.

La evolución correcta, supone cultivar la atención sostenida hacia dentro y hacia fuera, una práctica meditativa en la vida cotidiana desde la que abrir todas las puertas. El verdadero milagro de la vida se produce al ir tomando conciencia y descubrir las capas que velan lo que somos en esencia, al tiempo que desplegamos el amor, la verdad y la belleza.

El desarrollo transpersonal conlleva un tipo de crecimiento que va más allá de la mente pensante y las palabras. Es decir, un crecimiento atencional que se despliega mediante el silencio y la práctica de la atención plena.

SE TRATA DEL DESARROLLO DE LA AUTO CONSCIENCIA QUE, A SU VEZ, “ENSANCHA EL CONOCIMIENTO INTERNO” LO SUFICIENTE COMO PARA SOSTENER UNA MIRADA INCLUYENTE Y COMPRENDER MEJOR LO QUE LE SUCEDE A NUESTRA PERSONA.

LA APUESTA POR EL CRECER EN EL AUTODESCUBRIMIENTO Y LA COMPRENSIÓN, NO SÓLO ES UN GOCE, SINO TAMBIÉN EL ANTÍDOTO POR EXCELENCIA A NUESTRAS MISERIAS HUMANAS.

COMO NOS ENSEÑARON LOS GRANDES MAESTROS: “INVIERTE EN AQUELLO QUE UN NAUFRAGIO NO TE PUEDA ARREBATAR”.