SOMOS MUY CAPACES DE
ANALIZAR A LOS DEMÁS, DE VER LA MOTA EN EL OJO AJENO, DE APLICAR LA LEY DEL
EMBUDO, DE OPINAR RÁPIDAMENTE Y DAR CONSEJOS, DE METERNOS DÓNDE NO NOS LLAMAN,
DE SOLUCIONAR LAS CAUSAS DE OTROS, DE TENER LA RAZÓN EN TODO, DE ARREGLAR EL
PAÍS, DE SABER LO PASADO, LO PRESENTE Y LO FUTURO DE LOS DEMÁS…TODO MENOS SER
SINCEROS CON NOSOTROS MISMOS Y RECONOCER LO QUE SOMOS Y LO QUE HACEMOS.
NOSOTROS NUNCA SOMOS
CULPABLES DE NADA. LOS DEMÁS DE TODO.
Me fascina la capacidad de
ocultación, auto perdón y salvación que tenemos para con nosotros mismos. La
falta de visión global de lo que somos o lo que hacemos y el absoluto
ensimismamiento al mirarnos al ombligo y creer que allí comienza y termina el
mundo
A lo largo de la vida hemos
aprendido dos hábitos muy difíciles de romper y que nos afectan absolutamente.
Se trata del hábito de NO CONFIAR en nosotros mismos y el de NO ESCUCHARNOS.
Comenzamos a dejar de creer
en nosotros con mucha facilidad cuando depositamos nuestra valía en la opinión
de los demás. Es curioso cómo, de forma consciente nadie estaría dispuesto a
apostar por los juicios de otro antes que por los propios.
Si nos imaginamos a nosotros
mismos cediendo el poder de la fuerza personal que sentimos cuando defendemos
nuestras opiniones y ejercemos nuestros valores no nos haríamos propietarios de
esa imagen y negaríamos, una y otra vez, estar adoptando ese papel.
Los procesos que nos llevan
a protagonizar este rol de marioneta son sutiles y muy tempranos. Uno se
acostumbra a dar por válido y superior todo lo que sus mayores de referencia
marcan como pauta de conducta y a base de intuir que ellos son el baluarte
seguro para conquistar el éxito en nuestra vida, olvidamos comenzar a vivirla
con los recursos propios.
Las personas que han
caminado por muchos lugares y se han visto urgidas a vivir situaciones muy
diversas, saben que en ellas han tenido que recurrir a sí mismos en muchas
ocasiones. Que han debido confiar en su intuición en otras más y, que, sobre
todo, no dudan de sí mismos ni de su capacidad de resolución cuando los
problemas les han sorprendido en solitario.
La dependencia excesiva
conduce a una irremediable falta de confianza en nosotros mismos y tiene un
coste muy elevado en el complejo proceso de vivir. El apego y la codependencia
nos hacen inválidos con muletas perpetuas que soltamos muy mal. Acaso, a lo
sumo, vamos cambiando de modelo de apoyos y pasamos de aquellos que de forma
incondicional y amorosa nos ofrecen los padres a los que vamos aceptando a lo
largo del camino, de parejas y amistades que aún con la mejor intención, no nos
permiten ser nosotros mismos.
No es fácil tomar decisiones
cuando uno depende tanto de todo porque siempre se sentirá culpable de dañar a
alguien con lo que inicia.
NACEMOS CON LA INMENSA
POTESTAD Y LA FORTALEZA INFINITA DE SABER GUIARNOS SI SOMOS CAPACES DE
ESCUCHARNOS. HEMOS DE DEJAR QUE ESA VOZ QUE NOS ACOMPAÑA DESDE QUE SOMOS CONSCIENTES
SEA CAPAZ DE DIRIGIRNOS SIN MIEDO.
SERÍA EXCELENTE QUE CADA DÍA
TOMÁSEMOS UNA DECISIÓN POR PEQUEÑA QUE FUESE Y LO PRACTICÁSEMOS A PARTIR DE
AHORA DICIÉNDONOS: “YO SOY UNA PERSONA SEGURA DE HACER LO MEJOR EN CADA
SITUACIÓN, POR ESO SÉ QUE PUEDO ENFRENTARME CON TODO AQUELLO QUE LLEGUE PARA
MÍ”.
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