“LA VIRTUD NO CONSISTE EN HACER GRANDES COSAS, SINO EN HACER BIEN LAS PEQUEÑAS”.
LA VIDA DE UN SER HUMANO TIENE CURIOSAS ETAPAS. LOS MUY JÓVENES DESEAN AFLORAR AL HÉROE QUE LLEVAN DENTRO. PARA ELLO, ROMPEN MOLDES PREESTABLECIDOS Y TRATAN DE ENCARNAR EL MITO ARQUETÍPICO QUE SU CORAZÓN BOMBEA.
Sin embargo, en otra etapa posterior, llega el desencanto racional y con él, la caída de ideales y la consiguiente madurez interna. Se trata de un nivel que conlleva aceptación de las reglas de juego y un sutil deseo de, refinar las pequeñas cosas de la acción cotidiana.
Cuenta la leyenda que una joven heroína, en su camino hacia el País de los Despiertos, atraviesa el bosque sorteando peligros y hechizando a los dioses y a las bestias. Una vez llegada al lugar, de pronto se da cuenta de que los lúcidos que allí moran, expresan más prudencia que coraje, más perseverancia que arrebato y sus miradas profundas abren caminos sin necesidad de espada. Allí encuentra personas iniciadas en la conciencia del Ser que se nombran como hermanos, que enseñan a contemplar todo lo que nos sucede desde la esencia.
Cuando se expande la consciencia, la presión del logro externo deja paso a la prioridad de la observación interna. Ahora, el antiguo brío se convierte en refinado equilibrio de las propias fuerzas. POCO A POCO, NACE EL DISCÍPULO DEL ESPÍRITU QUE, TRAS SUCESIVAS INICIACIONES, DESPLIEGA Y EXPANDE LA CAPACIDAD DEL DARSE CUENTA.
Desde este estado de progresiva maestría, observa que todo encaja solo y qué gran alcance tienen los propios pensamientos y palabras en el mundo de la materia. Y si antes lo importante era qué hacer en la vida, ahora lo que demanda atención es el cómo hacer las cosas de cada día. Si antes aquel guerrero soñaba con grandes victorias, ahora se inicia en el sutil y anónimo mundo de la apertura de conciencias y la sanación de heridas abiertas. Si anteriormente enfrentaba obstáculos oponiendo su gran fuerza, ahora fluye como agua serena que acaricia todo por donde pasa.
La llamada -madurez- es una forma de sabiduria que alcanza su cima con el conocimiento llevado a la practica a lo largo de los años. Un camino que vacía la conciencia de intención mental y dualidades varias. Un punto de encuentro en el que se dan cita el poder de lo pequeño, la inocencia consciente y la espontaneidad perfecta. Cuando uno llega a ese estado de madurez, se funde certero no sólo en la esencia del conocimiento, sino también en el núcleo de la vida misma.
El ser humano que aprendió a vivir el presente en plenitud, está listo para servir de ayuda a quien se lo pida, sin ruidos, sin titubeos, con la disciplina de la espontaneidad suprema. Cada pequeño movimiento, aunque entrenado y repetido, es nuevo, sin memoria, sin afán, tan sólo con la consciencia despierta.
HAY UN MOMENTO EN LA VIDA EN EL QUE YA NO SE BUSCA EN LOS CIELOS NI TAMPOCO EN LAS GRANDES GESTAS. SIMPLEMENTE, UNO OCUPA SU LUGAR EN EL MUNDO Y CONVIERTE LO PROFANO EN SAGRADO, MIENTRAS PONE EN CADA MOVIMIENTO ATENCIÓN Y CONSCIENCIA.
ES LLEGADO EL TIEMPO PARA HACER AFLORAR LA ESENCIA EN LAS PEQUEÑAS COSAS BIEN HECHAS. YA SE SABE... EL CANTO DEL PÁJARO, LA BRISA DEL ATARDECER, LA DISTANCIA QUE SEPARA EL TRABAJO DE CASA... ¿ACASO BUSCA USTED EL CIELO? ... ALGUIEN DIJO QUE PARA CONSEGUIR TAL LOGRO, TAL VEZ CONVIENE COMENZAR A PERFECCIONARSE EN LA TIERRA.
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