Ciertas cualidades atribuidas a los antiguos “dioses” del hombre no son lógicamente aplicables a seres supuestamente inmateriales.
Una tesis central de la hipótesis del Antiguo Astronauta de Erich von Däniken es que las religiones de la Tierra han evolucionado de nuestro culto a entidades físicas del espacio exterior. Mucha de la evidencia de que los dioses han sido astronautas antiguos es la misma que la evidencia de que nuestros dioses no pueden haber sido otros que seres físicos.
Los informes bíblicos, legendarios y épicos describen a los dioses empíricamente. No es difícil de reconstruir deductivamente los cambios en los conceptos forjados por las mentes e idiomas del hombre pre-científico. Las descripciones del poder, características y conducta, que se originaron probablemente a partir de las visitas de los antiguos astronautas, fueron ampliados en conceptos de perfección: el poder se volvió poder infinito; el cielo se volvió el Cielo, y la tecnología científica se convirtió en milagro.
A causa de la necesidad del hombre de idealizar, buscar la inmortalidad, protección y consuelo, éste se sintió impulsado a expresar esas necesidades en limitados conceptos posibles de acuerdo a su temprana fase evolutiva pre-científica. Después de miles de años, todo lo que queda son leyendas contradictorias y relatos. Esto ha pasado a formar parte del decorado permanente de nuestro lenguaje, continuamente reafirmado en una sociedad religiosamente saturada y dominada por la Iglesia, por la mayor parte de dos milenios, por clérigos cuya obstinada irracionalidad y autoridad continúa alimentando en ella el idioma sobrenatural y teísta.
Ellos hacen esto a pesar del hecho de que, como von Däniken claramente demuestra, la literatura da verdaderas descripciones de entidades físicas que llegan a la Tierra en lo que puede aceptarse racionalmente como vehículos extraterrestres.
Nosotros sólo podemos intentar oponernos a estas fuerzas de dogmatismo y control del pensamiento aclarando cómo las habilidades, valores y características surgieron en criaturas físicas y se transformaron luego en entidades objetivadas. En última instancia, los dioses materializados estaban cuidadosamente definidos como incognoscibles. Finalmente, nosotros fuimos persuadidos de aceptar a estos llamados dioses-no-físicos a través de la fe ciega.
La fe ciega no es ninguna senda hacia la verdad y el conocimiento. Ciertamente no es “…la más alta forma de la razón”, como dijo el Papa Juan Pablo II. Es, más bien, un síndrome fisiológico, neuronalmente condicionado. En ausencia de alguna forma de vida física, no hay ninguna evidencia en la historia del hombre de la existencia de funciones tales como "entendimiento", "visión", "gusto", "olfato" u "oído”. Son todas neuronas las que dirigen las actividades. Esto es sobre todo demostrable por un examen de emergencia de vida en el hombre, y de sus facultades mentales perceptoras y conceptuales. Todas éstas son dependientes de un substrato físico. Características tales como la especulación, la reflexión, el conocimiento de sí mismo, etc., nos separa de los objetos inanimados y, en grado sumo, de los animales inferiores. Ellas nos separan, también, de los dioses inmateriales que por definición no pueden existir.
Por consiguiente, nuestros dioses, como el hombre los define, se describen mejor como habiendo sido criaturas físicas de nuestro universo, seres inteligentes muy superiores a aquellos que por entonces habitaban la Tierra.
¿Han logrado esas inteligencias capacidades mentales más allá de nuestra comprensión? ¿Han desarrollado ellas medios de comunicación que hacen del nuestro, en comparación, algo tan primitivo como aquellos de nuestros remotos antepasados que golpeaban tam-tams? En ese caso, entonces una diferencia de entre 1.000 a 10.000 años o más en el progreso evolutivo del conocimiento puede hacer dioses de todos nosotros.
El conocimiento científico del Universo no tiene mucho más de 300 años de antigüedad en la Tierra, y nosotros ya hemos sido aceptados como dioses por los Culto-Cargo de la Segunda Guerra Mundial.
¿Qué convierte en un dios a una entidad inteligente? La respuesta a esta pregunta depende del impacto de las instituciones sociales y religiosas sobre el desarrollo emocional, racional e intelectual, y de las necesidades psicológicas de aquellos que buscan un dios.
¿Cómo, entonces, hemos de interpretar el uso del término”Dios” en tanto de nuestro lenguaje convencional? ¿Cómo debemos interpretar declaraciones tales como "Dios es el puro acto" (Santo Tomás de Aquino),"Dios impregna el Universo", "Dios creó el Universo", "Dios está en todos nosotros", " Dios es la energía que subyace y penetra el Universo" , y la campaña del Presidente Bush que comenta: "La mano de Dios está guiando los asuntos de esta nación" y " la Libertad es. . . El regalo de Dios a cada hombre y mujer de este mundo", y la réplica mordaz del Senador Kerry “. . . como Abraham Lincoln nos dijo... ¿estamos del lado de Dios", En Dios confiamos" (en nuestra moneda, el dólar), y la introducción de Eisenhower de "bajo Dios" en nuestra jura de obediencia, y otras innumerables maneras?
La objetiva vacuidad de estas declaraciones puede exponerse si nosotros nos acercamos a ellas a través de un análisis del lenguaje y un conocimiento de filosofía analítica y ciencia. Términos como “conocimiento'', “bondad'', “inteligencia'', “visión'', “oído”, etc., que no tienen ningún significado inherente, han comenzado a usarse convencionalmente en relación a la interacción emocional, conceptual y física del hombre con su ambiente y sus necesidades psicológicas.
Al aplicar esas palabras a “inteligencias” cósmicas sobrenaturales, transcendentales y metafísicas, se da la ilusión del entendimiento, se expresa directamente algo sin sentido, y no se reconoce que las condiciones bajo las que ellas podrían aplicarse no tendrían valor comunicativo para nosotros. Los dioses sobrenaturales, estando más allá de la Naturaleza y siendo, por lo tanto, inmateriales, no pueden, contrariamente a la infundada creencia común, hablar sin lenguas, ver sin ojos, oír sin oídos, o pensar y comunicarse sin cerebros. Aunque los dioses puedan existir, la comunicación entre ellos y nosotros depende de su naturaleza.
En el caso de algunos dioses, el contacto personal es posible. Los testigos de los dioses (el personal militar americano) del Culto-Cargo, como se informó en la revista The National Geographic de mayo de 1974. Tal contacto no es muy posible. Sin embargo, debido a que John Frum (su dios) no pudo ser encontrado, ha logrado algo así como el estatus de Cristo, a quien los papas designaron como la evidencia física de su dios incorpóreo.
Las características transcendentales, sobrenaturales y metafísicas de los dioses del hombre siempre han sido el producto final de un proceso que comienza con experiencias de acontecimientos no comprendidos, de eventos astronómicos y cuerpos de animales, en culturas tales como la de Egipto, India, etc., intimidadas por inteligencias superiores, en el culto a héroes humanos superiores, en los mitos, las leyendas, las necesidades políticas y personales, o en el temor de qué hay más allá de la luz de la fogata del campamento.
Un estudio de la historia de cómo se desarrollaron los conceptos sobre nuestros dioses sería sumamente instructivo para aquellos interesados en su educación.
Los dioses de Grecia antigua y Roma fueron delicadamente afinados y propagados por el genio poético de Hesíodo y Homero; y luego, por encargo de los papas, los dioses cristianos no-físicos fueron representados en forma humana por el genio creativo de artistas tales como Miguel Ángel, El Greco y Rafael. Ellos presentaron a los héroes como dioses y a los conceptos teísticos como la realidad de los papas y la Iglesia. Esto fue hecho tan extraordinariamente que los primeros se han convertido en un mosaico indestructible en las sociedades del mundo.
Un hecho irrevocable permanece como un defecto en el mosaico. Obras literarias tan remotas como la de Platón y los grandes libros religiosos como la Biblia, el Talmud, el Corán, el Mahabbarata, y las grandes mitologías: teutónica, romana, griega, egipcia, babilónica, china, etc., conservan testimonios de innumerables hechos misteriosos y enigmáticos, archivos, relatos, artefactos, descripciones antiguas en términos físicos de naves voladoras, dioses del espacio, descripciones de la Tierra vista desde el cielo, y descripciones empíricas de las actividades de los dioses, etc.
Tales hechos, aunque no sean una prueba que se compare con los restos de una nave espacial, como mínimo indican indiscutiblemente un conjunto coherente de datos tendientes a apoyar la hipótesis del Antiguo Astronauta de von Däniken. La superabundancia y consistencia de tales descripciones empíricas avalan su naturaleza. Éstos son los dioses que, según los testimonios escritos acerca de su existencia física, dominaron, con poder, influencia y autoridad, sobre el hombre, lo amaron, se casaron, y dieron a luz a niños concebidos en los seres humanos.
Es importante examinar la naturaleza de los dioses que pueden existir y la predicada naturaleza de "aquéllos" que no pueden. Lograr esta tarea requiere de la razón, hechos y conocimiento. A diferencia de la aceptación ciega e ilusión, la comprensión clara requiere del paciente análisis del idioma mediante el cual nosotros inventamos a nuestros dioses.
Muchos teólogos intentan demostrar, lógicamente, que las llamadas “pruebas” antiguas de la existencia de dioses inmateriales no son defectuosas. Ellos sostienen entonces que puesto que es lógicamente posible que Dios exista, Él existe. Sin embargo, nosotros podemos demostrar lógicamente que un cuatrillón de “cosas" incorporales pueden existir y no existir.
Lo "lógicamente posible" nunca debe ser equiparado con lo "físicamente posible." Para demostrar lógicamente la existencia de algo corpóreo, uno debe verificar primero que todas las premisas, en sí mismas, del proceso de la lógica son objetivamente verdaderas. Sólo en tal caso la conclusión es formalmente verdadera. No obstante la comodidad, uno puede basarse en esa conclusión para determinar si es empíricamente verdadera, uno debe verificar lo formal, es decir, la verdad no empíricamente fundada en evidencia empírica.
En el caso de la hipótesis del Antiguo Astronauta, algunos declaran que no puede haber ninguna evidencia concreta disponible. Algunos afirman que la hay y ofrecen como prueba datos materiales. Tal evidencia, sin embargo, es circunstancial a menos que pueda aportarse un astronauta antiguo. No obstante, así como la ciencia extrapola de su evidencia, lo mismo hacen los investigadores del Antiguo Astronauta. Sus dichos no son menos falibles que aquellos de la ciencia.
Los científicos, hoy, están convencidos de que en alguna parte de la inmensa extensión del Universo probablemente exista vida extraterrestre e inteligencia, aunque no pueda probarse todavía. Por supuesto, esto presta alguna credibilidad y un grado de probabilidad al hecho de que la Tierra pudo haber sido visitada en el pasado.
Una atrevida afirmación, que es ciegamente aceptada por billones de personas, incluyendo a los líderes de nuestras naciones, es que Dios existe como una mente cósmica incorpórea (una contradicción).
Él conoce, constante y simultáneamente, no sólo cada pensamiento y acción de los seres sensibles que poblaron, pueblan, y poblarán el Universo, Él conoce, también, cada acontecimiento del Universo, como la colisión de las galaxias, la vibración de las alas de cada mariposa, los movimientos de cada hormiga y cucaracha, incluso de cada quark, y el salto de cada electrón a otra órbita debido a una entrada de energía.
No obstante todo esto, yo estoy deseoso de conceder la posibilidad de una inteligencia cósmica. Pero teniendo presente que el término “cósmico” involucra un mundo físico, no uno sobrenatural. Este reconocimiento trae consigo la probabilidad de que existan muchas más de tales inteligencias.
Por consiguiente, permítasenos primero adjudicarle el pensamiento a una mente, es decir, las funciones de un cerebro orgánico que podría ser el resultado de cien mil o más años de evolución. Para desarrollar esto en extenso, sin embargo, deberemos apartarnos por un momento del tema, imaginativa y creativamente.
Considere esto: según los cálculos actuales, hay cerca de mil millones de billones de estrellas – 1.000.000.000.000.000.000.000 (10 a la 21 potencia) - en nuestro universo. Nosotros tenemos aquí la base para un cómputo aproximado del número de planetas que podrían albergar vida inteligente.
Como es comúnmente sabido, sólo uno de los 11 planetas de nuestro sistema solar alberga vida inteligente. Si de cada una de los millones de estrellas sólo uno de sus planetas alberga vida inteligente, hay mil billones (1.000.000.000.000.000 -.000001%, es decir, el uno/uno millonésima) de los planetas de las estrellas de las 10 a la 21 potencia que sostienen vida inteligente. Si sólo uno de cada millón de esos planetas alberga vida inteligente muy superior a la nuestra, entonces unos mil millones (1.000.000.000,) de planetas, tres trillonésimas (es decir, .000000000001%), de las10 a la 21 potencia de estrellas, albergan vida inteligente muy superior a la nuestra. Estos guarismos representan el uno/uno millonésimo% (.000001%) de vida inteligente y un tres trillonésimo por ciento (.000000000001%) de vida inteligente superior en un planeta de cada millón (1.000.000) de estrellas.
Considerado la probabilidad matemática que en éste es el caso, tales inteligencias poseerían las características básicas y habilidades con las que nosotros definimos a nuestros dioses. Si cada uno de estos planetas alberga una población de no más de mil millones de adultos, lejanamente superiores a nosotros, hay por lo menos un millón de billones de dioses.
Permítasenos volver entonces a la naturaleza de nuestros dioses. Incluso el eminente Carl Sagan - cuando no era el arrogante y mayor oponente de von Däniken por decir eso que él, el mismo Sagan, sostenía como posibilidad - se refirió a la leyenda de Oannes como merecedora de "estudios críticos” interpretables como un "contacto directo con una civilización extraterrestre”.
Un concepto de dioses que han evolucionado por muchos centenares de miles de años no es lo que los teólogos tienen en mente. Tales dioses, si están en nuestra presencia, son asequibles a las facultades de los sentidos. En la historia del hombre, esa presencia se ha descrito en términos inequívocos.
Seguramente, un dios inmaterial, o sea espiritual, no podría haber causado el cataclismo físico que, según la Biblia, tuvo lugar en Sodoma y Gomorra. Cualquier científico serio rechazaría la posibilidad de que efectos físicos fueran causados por otros agentes que no fueran acontecimientos físicos. Por "físico" incluimos todas las formas de energía.
Los dioses de von Däniken existen en la misma dimensión física que nosotros. No queremos decir que ellos se transformarán de no-corpóreos en forma material a nuestra conveniencia como en la historia del Jesús físico, el mesías hebreo, y Su inmaterial, es decir, espiritual, Padre.
La mayoría de los dioses del hombre, como el dios cristiano, son definidos como transcendentes, sobrenaturales, inmateriales, esto es, espirituales e inaccesibles a las facultades de los sentidos de los hombres. Salvo como conceptos contradictorios en todo el mundo, tales dioses están definidos como incognoscibles aunque el lenguaje dé la falsa impresión de que ellos pueden ser conocidos.
Ése es el idioma que los teólogos, es decir: los papas, sacerdotes, ministros, rabinos, usan cuando presumen de ser capaces de describir a sus dioses con notable detalle y saber lo que esos dioses exigen específicamente de nosotros. Ellos guían nuestras acciones, ven, oyen, y saben cada acto bueno o malo de cada habitante y criatura en el Universo - todo en un momento dado. Y, más notable todavía, en este mismo momento en que nosotros nos mutilamos, nos asesinamos, nos torturamos, o nos embrutecemos, tales dioses inmateriales dicen protegernos.
En cuanto a la inteligencia cósmica, debemos ahora embarcarnos en lo que para algunos es una posibilidad viable mientras que para otros es un vuelo de la imaginación. Esto es, sin embargo, menos descabellado que un dios inmaterial o espiritual.
Permítasenos fantasear que nosotros estamos parados en una roca en un extenso campo abierto, disfrutando del fulgor de las estrellas. De repente, notamos que nos estamos haciendo más pequeños. Nuestra disminución continúa. Nosotros debemos suponer para nuestro propósito que nuestras funciones vitales no cesarán. Con el tiempo, nosotros nos encontramos suspendidos entre las moléculas de la piedra. Cuando nuestro encogimiento continúa, el espacio interior de la roca adquiere proporciones astronómicas. Finalmente, nosotros hemos “aterrizado" en un "mundo" que en proporción a nuestro tamaño sería de la magnitud de la Tierra.
Cuando miramos hacia el "cielo" notamos poca diferencia entre éste y el que disfrutábamos anteriormente excepto, claro, que los contornos de las constelaciones familiares han desaparecido. Nosotros estamos acostumbrados a pensar en la inmensidad del Espacio. Ignoramos el hecho de que las distancias entre las galaxias, estrellas y planetas en comparación a sus tamaños son poco diferentes de las distancias entre los átomos, los electrones, los protones, etc., en relación a sus tamaños. Hay, no obstante, una diferencia crucial en nuestra percepción. Nosotros sabemos que el "universo" en el que nos encontramos ahora es una limitada roca. La experiencia pasada nos dice que hay otros "universos", esto es, rocas, como ésta.
Si ahora reemplazamos nuestra roca por un ser inteligente, físico, sensible, esa entidad se convierte en nuestro universo físico; y su "mente", "inteligencia",
"conciencia", etc., constituye nuestra "inteligencia cósmica".
Es en efecto concebible que nuestros soles, galaxias y planetas pudieran muy bien ser el substrato físico del cerebro, cuerpo, pierna o punta del pie, o algún otro objeto, como es el caso con nuestros cuerpos que son los universos de los billones de entidades vivas que se desarrollan dentro de cada uno de nosotros.
Permítasenos postular que nuestro universo es la estructura del cerebro de una entidad gigante de otro plano dimensional. Entonces, estamos obligados a aceptar la tesis de que si fuera éste un cerebro capaz de razonar en, por lo menos, el mismo orden de los seres humanos (puesto que, después de todo, puede ser una gigantesca ameba, un perro, un mono, o una criatura desconocida para nosotros), no sería de ninguna manera capaz de comunicarse con nosotros. Una inteligencia tal apenas podría ser consciente de nuestra existencia, salvo posiblemente en conjunto, o a no ser que pusiera a uno de nosotros en el portaobjetos de su microscopio. Pero hay razones más serias por las cuales no habría comunicación entre ésta y nosotros.
Hay diferencias radicales en el espectro de la composición física de los billones de entidades sensitivas diferentes de la Tierra, y en otras partes del Universo, como los diversos insectos, animales, niños, delincuentes, personas dementes o con deficiencias mentales (como Woody Allen describió a Dios en uno de sus filmes). Es obvio entonces que existen diferencias radicales en el espectro de las mentes - humanas y cósmicas.
No queremos aquí hacer alusión a las diferencias en la naturaleza del continuo espacio-tiempo sobre el nivel macroscópico frente al cuántico.
Hace tiempo ya, en el siglo 17, el filósofo John Locke, y otros antes y después de él, se ocuparon de la fuente del conocimiento. Locke postuló que esa mente no es sino una tabla rasa (una pizarra en blanco) en la que se ha escrito toda nuestra experiencia, y que esta experiencia proviene por completo de nuestras facultades sensitivas. No hay ninguna necesidad de entrar en la historia del debate filosófico que siguió. Sin embargo, el resultado importante de ese debate fue el reconocimiento de que el conocimiento antropomórfico que nosotros atribuimos a los dioses inmateriales no es posible sin las facultades de los sentidos.
Nosotros podemos reconocer sin duda la validez de esta tesis si prevemos los bebés nacidos sin ojos (es decir nervios ópticos). Sus mentes estarían desprovistas del conocimiento del color. Extienda esta deficiencia perceptora para incluir todas las facultades de los sentidos. Debería hacerse patente que tales bebés nunca podrían desarrollar mentes. Ellos permanecerían por siempre en un estado "vegetativo", es decir la "pizarra en blanco” de Locke.
En ningún momento en la historia del hombre ha habido un ápice de evidencia de que la mente o el conocimiento sean posibles en ausencia de una estructura física. Los recientes avances en la biología demuestran que la vida y la mente, en el más claro sentido de la palabra, que implica conciencia, conocimiento, experiencia humana o animal, etc., o cualquiera de las funciones de la vida animal como la vista, el oído, el gusto, el tacto, el olfato, el pensamiento, requieren un sustrato físico. Los elementos particulares, substancias, y las cantidades que dan lugar a esas cualidades particulares: ojos para "ver", orejas para “oír", narices para "oler", cerebros para "pensar".
Nótese la variedad de facultades sensoriales en el reino animal y la naturaleza de sus experiencias adquiridas.
Un cerebro piensa según el aporte pasado por las facultades sensitivas. Si nuestros dioses no son físicos no pueden poseer las cualidades y atributos que sólo son posibles como salidos a partir de los emergentes de las interacciones físicas.
Por consiguiente, la vida y la mente surgen de las estructuras físicas sensitivas, es decir que reaccionan ante otros elementos físicos y substancias (la luz, el sonido, la electricidad, los químicos, o la materia). Es más, la vida y la mente son cualidades de las substancias físicas así como la liquidez, la transparencia, y la habilidad para sofocar el fuego son cualidades del agua que surgen de los gases hidrógeno y oxígeno interactuando entre sí en particulares cantidades.
Las únicas mentes comparables a las de los seres humanos que las personas informadas reconocen son aquellas que son un complejo de actividad neuronal, de interacciones electroquímicas de las aproximadamente 10 mil millones de neuronas del cerebro.
El cerebro físico es el puesto de mando de la actividad humana.
Si nosotros comprendemos la validez de la tesis de que estas actividades son “causadas" por el cerebro, debemos incluir, también, todas las cualidades que atribuimos a los dioses, como el conocimiento, el entendimiento, el pensamiento, la visión, el tacto, el gusto, el olfato, el oído, etc. Por consiguiente, los conceptos que tenemos de la mente, la inteligencia, el pensamiento, las ideas, siempre están dados en términos relativos a un cerebro físico en funcionamiento que almacena nuestras observaciones y explicaciones de acontecimientos físicos y conducta y nuestras elaboraciones imaginativas.
Las personas racionales seguramente no pueden ignorar la claridad y coherencia de la bíblica descripción de Ezequiel de una nave espacial y sus ocupantes, como la definió Joseph Blumrich en “Ezequiel vio una nave extraterrestre”. El informe de Ezequiel resistió el escrutinio crítico, el conocimiento tecnológico, y el calibre y competencia de este ingeniero que participó en la construcción de la nave espacial Saturno Cinco de la NASA.
En este artículo he ofrecido argumentos filosóficos y científicos en apoyo de la Hipótesis del Antiguo Astronauta. Gracias a los prodigiosos esfuerzos e investigación de von Däniken y muchos otros teóricos del Antiguo Astronauta, datos relevantes, que se han ignorado convenientemente o se han pasado por alto durante siglos, han sido seleccionados de documentos históricos que, vistos como un todo coherente, atestiguan, por lo menos circunstancialmente, la naturaleza física de nuestros dioses.
Un estudio de estos datos le demostrará a cualquier persona racional, que sostiene la tesis de que todos los hechos e hipótesis deben estar sujetos a la fría luz de la razón y la evidencia empírica, que ésta tiene la responsabilidad de mantener la mente abierta a la posibilidad y viabilidad de la hipótesis del Antiguo Astronauta y la naturaleza física de nuestros dioses.
Una tesis central de la hipótesis del Antiguo Astronauta de Erich von Däniken es que las religiones de la Tierra han evolucionado de nuestro culto a entidades físicas del espacio exterior. Mucha de la evidencia de que los dioses han sido astronautas antiguos es la misma que la evidencia de que nuestros dioses no pueden haber sido otros que seres físicos.
Los informes bíblicos, legendarios y épicos describen a los dioses empíricamente. No es difícil de reconstruir deductivamente los cambios en los conceptos forjados por las mentes e idiomas del hombre pre-científico. Las descripciones del poder, características y conducta, que se originaron probablemente a partir de las visitas de los antiguos astronautas, fueron ampliados en conceptos de perfección: el poder se volvió poder infinito; el cielo se volvió el Cielo, y la tecnología científica se convirtió en milagro.
A causa de la necesidad del hombre de idealizar, buscar la inmortalidad, protección y consuelo, éste se sintió impulsado a expresar esas necesidades en limitados conceptos posibles de acuerdo a su temprana fase evolutiva pre-científica. Después de miles de años, todo lo que queda son leyendas contradictorias y relatos. Esto ha pasado a formar parte del decorado permanente de nuestro lenguaje, continuamente reafirmado en una sociedad religiosamente saturada y dominada por la Iglesia, por la mayor parte de dos milenios, por clérigos cuya obstinada irracionalidad y autoridad continúa alimentando en ella el idioma sobrenatural y teísta.
Ellos hacen esto a pesar del hecho de que, como von Däniken claramente demuestra, la literatura da verdaderas descripciones de entidades físicas que llegan a la Tierra en lo que puede aceptarse racionalmente como vehículos extraterrestres.
Nosotros sólo podemos intentar oponernos a estas fuerzas de dogmatismo y control del pensamiento aclarando cómo las habilidades, valores y características surgieron en criaturas físicas y se transformaron luego en entidades objetivadas. En última instancia, los dioses materializados estaban cuidadosamente definidos como incognoscibles. Finalmente, nosotros fuimos persuadidos de aceptar a estos llamados dioses-no-físicos a través de la fe ciega.
La fe ciega no es ninguna senda hacia la verdad y el conocimiento. Ciertamente no es “…la más alta forma de la razón”, como dijo el Papa Juan Pablo II. Es, más bien, un síndrome fisiológico, neuronalmente condicionado. En ausencia de alguna forma de vida física, no hay ninguna evidencia en la historia del hombre de la existencia de funciones tales como "entendimiento", "visión", "gusto", "olfato" u "oído”. Son todas neuronas las que dirigen las actividades. Esto es sobre todo demostrable por un examen de emergencia de vida en el hombre, y de sus facultades mentales perceptoras y conceptuales. Todas éstas son dependientes de un substrato físico. Características tales como la especulación, la reflexión, el conocimiento de sí mismo, etc., nos separa de los objetos inanimados y, en grado sumo, de los animales inferiores. Ellas nos separan, también, de los dioses inmateriales que por definición no pueden existir.
Por consiguiente, nuestros dioses, como el hombre los define, se describen mejor como habiendo sido criaturas físicas de nuestro universo, seres inteligentes muy superiores a aquellos que por entonces habitaban la Tierra.
¿Han logrado esas inteligencias capacidades mentales más allá de nuestra comprensión? ¿Han desarrollado ellas medios de comunicación que hacen del nuestro, en comparación, algo tan primitivo como aquellos de nuestros remotos antepasados que golpeaban tam-tams? En ese caso, entonces una diferencia de entre 1.000 a 10.000 años o más en el progreso evolutivo del conocimiento puede hacer dioses de todos nosotros.
El conocimiento científico del Universo no tiene mucho más de 300 años de antigüedad en la Tierra, y nosotros ya hemos sido aceptados como dioses por los Culto-Cargo de la Segunda Guerra Mundial.
¿Qué convierte en un dios a una entidad inteligente? La respuesta a esta pregunta depende del impacto de las instituciones sociales y religiosas sobre el desarrollo emocional, racional e intelectual, y de las necesidades psicológicas de aquellos que buscan un dios.
¿Cómo, entonces, hemos de interpretar el uso del término”Dios” en tanto de nuestro lenguaje convencional? ¿Cómo debemos interpretar declaraciones tales como "Dios es el puro acto" (Santo Tomás de Aquino),"Dios impregna el Universo", "Dios creó el Universo", "Dios está en todos nosotros", " Dios es la energía que subyace y penetra el Universo" , y la campaña del Presidente Bush que comenta: "La mano de Dios está guiando los asuntos de esta nación" y " la Libertad es. . . El regalo de Dios a cada hombre y mujer de este mundo", y la réplica mordaz del Senador Kerry “. . . como Abraham Lincoln nos dijo... ¿estamos del lado de Dios", En Dios confiamos" (en nuestra moneda, el dólar), y la introducción de Eisenhower de "bajo Dios" en nuestra jura de obediencia, y otras innumerables maneras?
La objetiva vacuidad de estas declaraciones puede exponerse si nosotros nos acercamos a ellas a través de un análisis del lenguaje y un conocimiento de filosofía analítica y ciencia. Términos como “conocimiento'', “bondad'', “inteligencia'', “visión'', “oído”, etc., que no tienen ningún significado inherente, han comenzado a usarse convencionalmente en relación a la interacción emocional, conceptual y física del hombre con su ambiente y sus necesidades psicológicas.
Al aplicar esas palabras a “inteligencias” cósmicas sobrenaturales, transcendentales y metafísicas, se da la ilusión del entendimiento, se expresa directamente algo sin sentido, y no se reconoce que las condiciones bajo las que ellas podrían aplicarse no tendrían valor comunicativo para nosotros. Los dioses sobrenaturales, estando más allá de la Naturaleza y siendo, por lo tanto, inmateriales, no pueden, contrariamente a la infundada creencia común, hablar sin lenguas, ver sin ojos, oír sin oídos, o pensar y comunicarse sin cerebros. Aunque los dioses puedan existir, la comunicación entre ellos y nosotros depende de su naturaleza.
En el caso de algunos dioses, el contacto personal es posible. Los testigos de los dioses (el personal militar americano) del Culto-Cargo, como se informó en la revista The National Geographic de mayo de 1974. Tal contacto no es muy posible. Sin embargo, debido a que John Frum (su dios) no pudo ser encontrado, ha logrado algo así como el estatus de Cristo, a quien los papas designaron como la evidencia física de su dios incorpóreo.
Las características transcendentales, sobrenaturales y metafísicas de los dioses del hombre siempre han sido el producto final de un proceso que comienza con experiencias de acontecimientos no comprendidos, de eventos astronómicos y cuerpos de animales, en culturas tales como la de Egipto, India, etc., intimidadas por inteligencias superiores, en el culto a héroes humanos superiores, en los mitos, las leyendas, las necesidades políticas y personales, o en el temor de qué hay más allá de la luz de la fogata del campamento.
Un estudio de la historia de cómo se desarrollaron los conceptos sobre nuestros dioses sería sumamente instructivo para aquellos interesados en su educación.
Los dioses de Grecia antigua y Roma fueron delicadamente afinados y propagados por el genio poético de Hesíodo y Homero; y luego, por encargo de los papas, los dioses cristianos no-físicos fueron representados en forma humana por el genio creativo de artistas tales como Miguel Ángel, El Greco y Rafael. Ellos presentaron a los héroes como dioses y a los conceptos teísticos como la realidad de los papas y la Iglesia. Esto fue hecho tan extraordinariamente que los primeros se han convertido en un mosaico indestructible en las sociedades del mundo.
Un hecho irrevocable permanece como un defecto en el mosaico. Obras literarias tan remotas como la de Platón y los grandes libros religiosos como la Biblia, el Talmud, el Corán, el Mahabbarata, y las grandes mitologías: teutónica, romana, griega, egipcia, babilónica, china, etc., conservan testimonios de innumerables hechos misteriosos y enigmáticos, archivos, relatos, artefactos, descripciones antiguas en términos físicos de naves voladoras, dioses del espacio, descripciones de la Tierra vista desde el cielo, y descripciones empíricas de las actividades de los dioses, etc.
Tales hechos, aunque no sean una prueba que se compare con los restos de una nave espacial, como mínimo indican indiscutiblemente un conjunto coherente de datos tendientes a apoyar la hipótesis del Antiguo Astronauta de von Däniken. La superabundancia y consistencia de tales descripciones empíricas avalan su naturaleza. Éstos son los dioses que, según los testimonios escritos acerca de su existencia física, dominaron, con poder, influencia y autoridad, sobre el hombre, lo amaron, se casaron, y dieron a luz a niños concebidos en los seres humanos.
Es importante examinar la naturaleza de los dioses que pueden existir y la predicada naturaleza de "aquéllos" que no pueden. Lograr esta tarea requiere de la razón, hechos y conocimiento. A diferencia de la aceptación ciega e ilusión, la comprensión clara requiere del paciente análisis del idioma mediante el cual nosotros inventamos a nuestros dioses.
Muchos teólogos intentan demostrar, lógicamente, que las llamadas “pruebas” antiguas de la existencia de dioses inmateriales no son defectuosas. Ellos sostienen entonces que puesto que es lógicamente posible que Dios exista, Él existe. Sin embargo, nosotros podemos demostrar lógicamente que un cuatrillón de “cosas" incorporales pueden existir y no existir.
Lo "lógicamente posible" nunca debe ser equiparado con lo "físicamente posible." Para demostrar lógicamente la existencia de algo corpóreo, uno debe verificar primero que todas las premisas, en sí mismas, del proceso de la lógica son objetivamente verdaderas. Sólo en tal caso la conclusión es formalmente verdadera. No obstante la comodidad, uno puede basarse en esa conclusión para determinar si es empíricamente verdadera, uno debe verificar lo formal, es decir, la verdad no empíricamente fundada en evidencia empírica.
En el caso de la hipótesis del Antiguo Astronauta, algunos declaran que no puede haber ninguna evidencia concreta disponible. Algunos afirman que la hay y ofrecen como prueba datos materiales. Tal evidencia, sin embargo, es circunstancial a menos que pueda aportarse un astronauta antiguo. No obstante, así como la ciencia extrapola de su evidencia, lo mismo hacen los investigadores del Antiguo Astronauta. Sus dichos no son menos falibles que aquellos de la ciencia.
Los científicos, hoy, están convencidos de que en alguna parte de la inmensa extensión del Universo probablemente exista vida extraterrestre e inteligencia, aunque no pueda probarse todavía. Por supuesto, esto presta alguna credibilidad y un grado de probabilidad al hecho de que la Tierra pudo haber sido visitada en el pasado.
Una atrevida afirmación, que es ciegamente aceptada por billones de personas, incluyendo a los líderes de nuestras naciones, es que Dios existe como una mente cósmica incorpórea (una contradicción).
Él conoce, constante y simultáneamente, no sólo cada pensamiento y acción de los seres sensibles que poblaron, pueblan, y poblarán el Universo, Él conoce, también, cada acontecimiento del Universo, como la colisión de las galaxias, la vibración de las alas de cada mariposa, los movimientos de cada hormiga y cucaracha, incluso de cada quark, y el salto de cada electrón a otra órbita debido a una entrada de energía.
No obstante todo esto, yo estoy deseoso de conceder la posibilidad de una inteligencia cósmica. Pero teniendo presente que el término “cósmico” involucra un mundo físico, no uno sobrenatural. Este reconocimiento trae consigo la probabilidad de que existan muchas más de tales inteligencias.
Por consiguiente, permítasenos primero adjudicarle el pensamiento a una mente, es decir, las funciones de un cerebro orgánico que podría ser el resultado de cien mil o más años de evolución. Para desarrollar esto en extenso, sin embargo, deberemos apartarnos por un momento del tema, imaginativa y creativamente.
Considere esto: según los cálculos actuales, hay cerca de mil millones de billones de estrellas – 1.000.000.000.000.000.000.000 (10 a la 21 potencia) - en nuestro universo. Nosotros tenemos aquí la base para un cómputo aproximado del número de planetas que podrían albergar vida inteligente.
Como es comúnmente sabido, sólo uno de los 11 planetas de nuestro sistema solar alberga vida inteligente. Si de cada una de los millones de estrellas sólo uno de sus planetas alberga vida inteligente, hay mil billones (1.000.000.000.000.000 -.000001%, es decir, el uno/uno millonésima) de los planetas de las estrellas de las 10 a la 21 potencia que sostienen vida inteligente. Si sólo uno de cada millón de esos planetas alberga vida inteligente muy superior a la nuestra, entonces unos mil millones (1.000.000.000,) de planetas, tres trillonésimas (es decir, .000000000001%), de las10 a la 21 potencia de estrellas, albergan vida inteligente muy superior a la nuestra. Estos guarismos representan el uno/uno millonésimo% (.000001%) de vida inteligente y un tres trillonésimo por ciento (.000000000001%) de vida inteligente superior en un planeta de cada millón (1.000.000) de estrellas.
Considerado la probabilidad matemática que en éste es el caso, tales inteligencias poseerían las características básicas y habilidades con las que nosotros definimos a nuestros dioses. Si cada uno de estos planetas alberga una población de no más de mil millones de adultos, lejanamente superiores a nosotros, hay por lo menos un millón de billones de dioses.
Permítasenos volver entonces a la naturaleza de nuestros dioses. Incluso el eminente Carl Sagan - cuando no era el arrogante y mayor oponente de von Däniken por decir eso que él, el mismo Sagan, sostenía como posibilidad - se refirió a la leyenda de Oannes como merecedora de "estudios críticos” interpretables como un "contacto directo con una civilización extraterrestre”.
Un concepto de dioses que han evolucionado por muchos centenares de miles de años no es lo que los teólogos tienen en mente. Tales dioses, si están en nuestra presencia, son asequibles a las facultades de los sentidos. En la historia del hombre, esa presencia se ha descrito en términos inequívocos.
Seguramente, un dios inmaterial, o sea espiritual, no podría haber causado el cataclismo físico que, según la Biblia, tuvo lugar en Sodoma y Gomorra. Cualquier científico serio rechazaría la posibilidad de que efectos físicos fueran causados por otros agentes que no fueran acontecimientos físicos. Por "físico" incluimos todas las formas de energía.
Los dioses de von Däniken existen en la misma dimensión física que nosotros. No queremos decir que ellos se transformarán de no-corpóreos en forma material a nuestra conveniencia como en la historia del Jesús físico, el mesías hebreo, y Su inmaterial, es decir, espiritual, Padre.
La mayoría de los dioses del hombre, como el dios cristiano, son definidos como transcendentes, sobrenaturales, inmateriales, esto es, espirituales e inaccesibles a las facultades de los sentidos de los hombres. Salvo como conceptos contradictorios en todo el mundo, tales dioses están definidos como incognoscibles aunque el lenguaje dé la falsa impresión de que ellos pueden ser conocidos.
Ése es el idioma que los teólogos, es decir: los papas, sacerdotes, ministros, rabinos, usan cuando presumen de ser capaces de describir a sus dioses con notable detalle y saber lo que esos dioses exigen específicamente de nosotros. Ellos guían nuestras acciones, ven, oyen, y saben cada acto bueno o malo de cada habitante y criatura en el Universo - todo en un momento dado. Y, más notable todavía, en este mismo momento en que nosotros nos mutilamos, nos asesinamos, nos torturamos, o nos embrutecemos, tales dioses inmateriales dicen protegernos.
En cuanto a la inteligencia cósmica, debemos ahora embarcarnos en lo que para algunos es una posibilidad viable mientras que para otros es un vuelo de la imaginación. Esto es, sin embargo, menos descabellado que un dios inmaterial o espiritual.
Permítasenos fantasear que nosotros estamos parados en una roca en un extenso campo abierto, disfrutando del fulgor de las estrellas. De repente, notamos que nos estamos haciendo más pequeños. Nuestra disminución continúa. Nosotros debemos suponer para nuestro propósito que nuestras funciones vitales no cesarán. Con el tiempo, nosotros nos encontramos suspendidos entre las moléculas de la piedra. Cuando nuestro encogimiento continúa, el espacio interior de la roca adquiere proporciones astronómicas. Finalmente, nosotros hemos “aterrizado" en un "mundo" que en proporción a nuestro tamaño sería de la magnitud de la Tierra.
Cuando miramos hacia el "cielo" notamos poca diferencia entre éste y el que disfrutábamos anteriormente excepto, claro, que los contornos de las constelaciones familiares han desaparecido. Nosotros estamos acostumbrados a pensar en la inmensidad del Espacio. Ignoramos el hecho de que las distancias entre las galaxias, estrellas y planetas en comparación a sus tamaños son poco diferentes de las distancias entre los átomos, los electrones, los protones, etc., en relación a sus tamaños. Hay, no obstante, una diferencia crucial en nuestra percepción. Nosotros sabemos que el "universo" en el que nos encontramos ahora es una limitada roca. La experiencia pasada nos dice que hay otros "universos", esto es, rocas, como ésta.
Si ahora reemplazamos nuestra roca por un ser inteligente, físico, sensible, esa entidad se convierte en nuestro universo físico; y su "mente", "inteligencia",
"conciencia", etc., constituye nuestra "inteligencia cósmica".
Es en efecto concebible que nuestros soles, galaxias y planetas pudieran muy bien ser el substrato físico del cerebro, cuerpo, pierna o punta del pie, o algún otro objeto, como es el caso con nuestros cuerpos que son los universos de los billones de entidades vivas que se desarrollan dentro de cada uno de nosotros.
Permítasenos postular que nuestro universo es la estructura del cerebro de una entidad gigante de otro plano dimensional. Entonces, estamos obligados a aceptar la tesis de que si fuera éste un cerebro capaz de razonar en, por lo menos, el mismo orden de los seres humanos (puesto que, después de todo, puede ser una gigantesca ameba, un perro, un mono, o una criatura desconocida para nosotros), no sería de ninguna manera capaz de comunicarse con nosotros. Una inteligencia tal apenas podría ser consciente de nuestra existencia, salvo posiblemente en conjunto, o a no ser que pusiera a uno de nosotros en el portaobjetos de su microscopio. Pero hay razones más serias por las cuales no habría comunicación entre ésta y nosotros.
Hay diferencias radicales en el espectro de la composición física de los billones de entidades sensitivas diferentes de la Tierra, y en otras partes del Universo, como los diversos insectos, animales, niños, delincuentes, personas dementes o con deficiencias mentales (como Woody Allen describió a Dios en uno de sus filmes). Es obvio entonces que existen diferencias radicales en el espectro de las mentes - humanas y cósmicas.
No queremos aquí hacer alusión a las diferencias en la naturaleza del continuo espacio-tiempo sobre el nivel macroscópico frente al cuántico.
Hace tiempo ya, en el siglo 17, el filósofo John Locke, y otros antes y después de él, se ocuparon de la fuente del conocimiento. Locke postuló que esa mente no es sino una tabla rasa (una pizarra en blanco) en la que se ha escrito toda nuestra experiencia, y que esta experiencia proviene por completo de nuestras facultades sensitivas. No hay ninguna necesidad de entrar en la historia del debate filosófico que siguió. Sin embargo, el resultado importante de ese debate fue el reconocimiento de que el conocimiento antropomórfico que nosotros atribuimos a los dioses inmateriales no es posible sin las facultades de los sentidos.
Nosotros podemos reconocer sin duda la validez de esta tesis si prevemos los bebés nacidos sin ojos (es decir nervios ópticos). Sus mentes estarían desprovistas del conocimiento del color. Extienda esta deficiencia perceptora para incluir todas las facultades de los sentidos. Debería hacerse patente que tales bebés nunca podrían desarrollar mentes. Ellos permanecerían por siempre en un estado "vegetativo", es decir la "pizarra en blanco” de Locke.
En ningún momento en la historia del hombre ha habido un ápice de evidencia de que la mente o el conocimiento sean posibles en ausencia de una estructura física. Los recientes avances en la biología demuestran que la vida y la mente, en el más claro sentido de la palabra, que implica conciencia, conocimiento, experiencia humana o animal, etc., o cualquiera de las funciones de la vida animal como la vista, el oído, el gusto, el tacto, el olfato, el pensamiento, requieren un sustrato físico. Los elementos particulares, substancias, y las cantidades que dan lugar a esas cualidades particulares: ojos para "ver", orejas para “oír", narices para "oler", cerebros para "pensar".
Nótese la variedad de facultades sensoriales en el reino animal y la naturaleza de sus experiencias adquiridas.
Un cerebro piensa según el aporte pasado por las facultades sensitivas. Si nuestros dioses no son físicos no pueden poseer las cualidades y atributos que sólo son posibles como salidos a partir de los emergentes de las interacciones físicas.
Por consiguiente, la vida y la mente surgen de las estructuras físicas sensitivas, es decir que reaccionan ante otros elementos físicos y substancias (la luz, el sonido, la electricidad, los químicos, o la materia). Es más, la vida y la mente son cualidades de las substancias físicas así como la liquidez, la transparencia, y la habilidad para sofocar el fuego son cualidades del agua que surgen de los gases hidrógeno y oxígeno interactuando entre sí en particulares cantidades.
Las únicas mentes comparables a las de los seres humanos que las personas informadas reconocen son aquellas que son un complejo de actividad neuronal, de interacciones electroquímicas de las aproximadamente 10 mil millones de neuronas del cerebro.
El cerebro físico es el puesto de mando de la actividad humana.
Si nosotros comprendemos la validez de la tesis de que estas actividades son “causadas" por el cerebro, debemos incluir, también, todas las cualidades que atribuimos a los dioses, como el conocimiento, el entendimiento, el pensamiento, la visión, el tacto, el gusto, el olfato, el oído, etc. Por consiguiente, los conceptos que tenemos de la mente, la inteligencia, el pensamiento, las ideas, siempre están dados en términos relativos a un cerebro físico en funcionamiento que almacena nuestras observaciones y explicaciones de acontecimientos físicos y conducta y nuestras elaboraciones imaginativas.
Las personas racionales seguramente no pueden ignorar la claridad y coherencia de la bíblica descripción de Ezequiel de una nave espacial y sus ocupantes, como la definió Joseph Blumrich en “Ezequiel vio una nave extraterrestre”. El informe de Ezequiel resistió el escrutinio crítico, el conocimiento tecnológico, y el calibre y competencia de este ingeniero que participó en la construcción de la nave espacial Saturno Cinco de la NASA.
En este artículo he ofrecido argumentos filosóficos y científicos en apoyo de la Hipótesis del Antiguo Astronauta. Gracias a los prodigiosos esfuerzos e investigación de von Däniken y muchos otros teóricos del Antiguo Astronauta, datos relevantes, que se han ignorado convenientemente o se han pasado por alto durante siglos, han sido seleccionados de documentos históricos que, vistos como un todo coherente, atestiguan, por lo menos circunstancialmente, la naturaleza física de nuestros dioses.
Un estudio de estos datos le demostrará a cualquier persona racional, que sostiene la tesis de que todos los hechos e hipótesis deben estar sujetos a la fría luz de la razón y la evidencia empírica, que ésta tiene la responsabilidad de mantener la mente abierta a la posibilidad y viabilidad de la hipótesis del Antiguo Astronauta y la naturaleza física de nuestros dioses.
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