EL
CAMINO DE REGRESO A CASA ES UNA METÁFORA DIRIGIDA A
QUIENES HAN ATRAVESADO LAS PRIMERAS ETAPAS DE UN CRECIMIENTO IDEALIZADO, Y TRAS
ACEPTAR Y COMPRENDER MEJOR EL GRAN JUEGO DEL SER CONSCIENTES, NO
DESEAN SOMETERSE A FERVIENTES RENUNCIAS POR ENCONTRAR EL PARAÍSO PROMETIDO EN
EL CIELO Y EN LA TIERRA.
Si bien en el corazón humano
laten aspiraciones sobre una existencia feliz en la que no exista el dolor,
conforme vamos madurando y, en consecuencia, aceptando “LO QUE HAY”, comprendemos
que el dolor tiene sentido cuando éste es vivido desde la consciencia. Llega el
día en el que se disuelven las resistencias y la vida fluye como una auténtica
aventura de la consciencia.
El hecho de aceptar lo que
sucede, no es algo tan fácil como lo pueda ser la estéril resignación que nace
de la cabeza. Bien sabemos que la verdadera aceptación sólo es posible al
dejarnos encontrar por eso del corazón, tan inafectado y
estable que no se altera ante las contracciones de nuestra naturaleza periférica.
En realidad, en el camino
de regreso se desprenden las tentaciones de evitar lo que duele si eso
conlleva el evadir los deberes y responsabilidades. Y aunque la mente diseña
vivencias de alta cultura, no eludimos la “dosis urbana” de informática y
gestión que demanda la parte del juego que nos toca.
En el camino de vuelta se
sabe que nadie va a liberarnos de nuestras carencias y sus efectos de sombra
psicológica. No hay pareja que lo logre, no hay hijo que prometa, no hay
progenitor sabio ni cuenta bancaria que nos libere de LO QUE ESA INTELIGENCIA
DE VIDA SABE QUE NECESITAMOS ATRAVESAR PARA DESPERTAR LA CONCIENCIA.
Observamos que el anhelo de
lucidez y de mantener el corazón abierto a la bondad amorosa convive con las
miserias cotidianas de la naturaleza humana. Bien sabemos también que todo lo
que sucede es neutro, y que son nuestras íntimas interpretaciones de lo que
sucede, las que contraen o expanden la vulnerable dimensión del nivel persona.
EL TRABAJO DE “APRENDER A
VIVIR” ES VISTO Y COMPRENDIDO COMO UN ARTE, UN ARTE CUYO DOCTORADO ES OTORGADO,
NO SÓLO POR LOS AÑOS VIVIDOS, SINO POR LA ACCIÓN DEL MISTERIO Y LA GRACIA.
Se trata de una dimensión
incognoscible, o inteligencia transpersonal, que permite a las flores abrirse y
a las estrellas nacer o ser engullidas por un agujero negro que, sediento, se
las traga.
Cuando el alma emprende el
camino de regreso, bendice los tiempos pasados en los que deseó fervientemente
conquistar aquella intensa luz que se vislumbraba entre chispazos de profecía.
El camino de regreso es una senda que transcurre por el valle, una vía de
fertilidad que brota de la propia Humanidad plenamente manifestada. La
serenidad y la compasión bien entendida, abrazan toda forma de vida, sin la
carga de aversión y fascinación que precedió en los tiempos en que reinaban las
creencias.
Para conocer la flor, ya no
necesitamos poseerla y diseccionarla en los laboratorios de nuestra cognición
más avanzada. Aprendimos a sentir, a empatizar y a vivirnos desde un grado de
percepción en donde el vacío es plenitud, y la alegría sutil carece de
causa.
El alma, en su camino de regreso,
relativiza el “YO” con tanto esfuerzo construido. Sucede que los pensamientos
se han tornado detectables y mientras la mente piensa, la consciencia señala
que estos tan sólo son manojos de ideas. Pareciera que el ser
humano se asemeja a una antena por la que pasan múltiples frecuencias.
Sensaciones, emociones y pensamientos vienen y van en transitoriedad completa.
A todo esto, eso inmutable,
absoluto y no nacido, se revela digno y arraigado en el centro de la esencia.
Es entonces cuando nuestra vida atraviesa múltiples situaciones cargadas de
risas y lágrimas y, sin embargo, ninguna de estas dos emociones importa tanto
como para reprimir el llanto o apretar el rictus de esa primordial carcajada.
LA VIDA ES VIVIDA TAL CUAL
VIENE EN TODA SU PLENITUD; EL ALMA HA APRENDIDO A DISCERNIR ENTRE EL DOLOR Y EL
SUFRIMIENTO COMO SU LECCIÓN PRINCIPAL.
Por fin ella un día
comprendió que la resistencia, la dramatización y el enfado ante el dolor
aprisionaban la belleza. Se comprende con claridad que el dolor en sí mismo
forma parte del juego de nacer a la vida encarnada. Aquellos primeros dientes
que salían con llantinas, las distorsionantes hormonas de la adolescencia, las
primera traiciones, desconsuelos y la inevitable carrera de adquisiciones y
pérdidas. Todo un rosario de contracciones y expansiones que, conforme vienen,
se van, dejando frutos de maduración y capacidades insospechadas.
El ser humano, en el camino
de regreso aprende a no resistirse porque algo dentro de él mismo sabe
de qué va la cosa. Y cuando este dolor llega, proponiendo
desidentificaciones y desapegos, confía en su Inteligencia Transpersonal que
aporta sentido y visión unificada.
CON PROFUNDA HUMILDAD, SE
ATRAVIESAN LOS UMBRALES MÁS OSCUROS, PORQUE INCLUSO EN LA MÁXIMA OSCURIDAD, EL
EGO REVERBERA EN UNA TENUE LUMINOSIDAD QUE NUNCA SE APAGA.
EL ALMA COMPRENDE QUE LA
OSCURIDAD NO EXISTE, QUE ES TAN SÓLO AUSENCIA DE LUZ EN PLENA TRANSITORIEDAD, Y
QUE LAS ESTRELLAS NUNCA SE HAN APAGADO, AUNQUE HAYA NUBES EN EL CIELO QUE
OPAQUEN LA TRANSPARENCIA. ES ENTONCES CUANDO EL CORAZÓN REVELA LO SAGRADO QUE
CONSTITUYE NUESTRA ESENCIA, AUNQUE ESE CONSTRUCTO LLAMADO “YO” SE RESISTA EN
SUS EFÍMEROS CICLOS DE IDA Y VUELTA.
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