Cada vez que veo algo que me molesta en otra persona, sería bueno recordar que eso que veo, por lo menos también es mío.
Cada vez que recibes algo, puede estar en tu ánimo o en el del otro, transformar este dar en una deuda. Si fuera así, sería mejor no recibir nada. Pero si eres capaz de dar sin esperar pagos y de recibir sin sentir obligaciones, entonces puedes dar o no, recibir o no, pero nunca más quedarás endeudado. Y lo más importante, nunca más nadie dejará de pagarte lo que te debe, porque nunca más nadie te deberá nada.
Cuando no tienes registro de tu dependencia frente a la mirada de los otros, vives temblando frente al posible abandono de los demás que, como todos, aprendiste a temer. Y el precio para no temer es acatar, es ser lo que los demás nos presionan a ser, nos presionan a hacer y nos presionan a pensar. Si el mundo, en algún momento, te da la espalda no tendrás más remedio que darte cuenta de lo estéril de tu lucha, pero si no sucede así, si tienes la «desdicha» de ser aceptado y halagado, entonces estás abandonado a tu propia conciencia de libertad, estás forzado a decidir: acatamiento o soledad; estás atrapado entre ser lo que debes ser o no ser nada para nadie. Y de allí en más podrás ser, pero sólo, solo y sólo para ti.
El único error, casi siempre, es creer que el mirador en que estoy, es el único desde el cual se divisa la verdad.
Nadie tiene poder sobre ti. Nadie. Por lo menos, nadie tiene más poder que el que tú le des. Puedes elegir lo que quieras, pero no puedes ser independiente para lo que es más fácil y agradable y no serlo en lo que es más costoso. Tu criterio, tu libertad, tu independencia y el aumento de tu responsabilidad vienen juntos con tu proceso de crecimiento.
Hemos sido educados en la ideología de que siempre nos falta algo para estar completos, y sólo completos se puede gozar de lo que se tiene por lo tanto la felicidad deberá esperar a completar lo que falta. Y como siempre nos falta algo nunca se puede gozar de la vida. Cuántas cosas cambiarían si pudiésemos disfrutar de nuestros tesoros tal como están. Esto no significa abandonar los objetivos. No quiere decir conformarse con cualquier cosa. Porque aceptar es una cosa y resignarse es otra.
Todos necesitamos la aprobación de otros. Pero si el precio es dejar de ser nosotros mismos, no sólo es caro si no que se vuelve una búsqueda incoherente.
El mentiroso no es alguien que teme el resultado del juicio de otro; ni la condena en ese juicio. El mentiroso ya se juzgó y ya se condenó. El asunto ya fue juzgado. El mentiroso se esconde de su propio juicio, de su propia condena y de su propia responsabilidad. Casi todas las mentiras son piadosas, sólo que piadosas con uno mismo, piadosas con el que miente. Nadie tiene más posibilidades de caer en un engaño que aquél a quien la mentira le ajusta con sus deseos.
Lo que determina que algo sea caro o barato es la comparación entre lo que cuesta y lo que vale. No entre lo que cuesta y lo que tienes. Es caro aquello que cueste más de lo que vale. Hay muchas cosas por las que estás pagando caro. El valor de las cosas que no son materiales es tan subjetivo que solamente uno mismo puede definir si un determinado precio es justo o no. La propia dignidad, el auto-respeto son tan valiosos que pagar con ellos es siempre demasiado caro.
Nos han condicionado con un axioma que viene naturalmente a nosotros, si no somos capaces de evitarlo. Esta frase es a la vez usada como motor y como trampa: «¡Qué feliz sería yo con lo que no tengo!». Donde lo que no tengo es «lo-que-no-tengo», una unidad no posible. Si yo consiguiera tener lo-que-no-tengo, no me haría feliz porque ese algo al tenerlo, dejaría de ser lo-que-no-tengo y siguiendo el axioma, sólo podré ser feliz teniendo lo-que-no-tengo.
*Jorge Bucay*
No hay comentarios:
Publicar un comentario