CADA UNO NACE CON UNA FORMA DE SER INCRUSTADA EN EL ALMA. CON UNOS DONES, TALENTOS Y VIRTUDES, QUE NOS VA A SERVIR PARA REALIZAR EL PROYECTO DE VIDA QUE HEMOS PLANIFICADO.
Lo que vivimos en la infancia construye el trazo que tendrá nuestro carácter, pero no define totalmente el profundo modo de sentir. Ese lo traemos puesto. Es el resultado del conocimiento integrado, de todas nuestras vidas anteriores, es nuestra esencia y que nunca podremos de dejar de ser.
Y las normas a las que estamos sujetos, no son más que un freno para nuestro carácter, un freno para poder ser realmente nosotros mismos.
Siempre he sido contrario a seguir estrictamente la norma. Uno de los motivos principales es porque nunca me preguntaron mi opinión, ni mi parecer.
La única norma que sigo es la del “sentido común” que por desgracia es el menos común de los sentidos y la demostración, viene dada al observar la cantidad de normas que carecen de él, siendo absurdas.
Hay una verdad incuestionable, las normas solo favorecen a quien las dicta, lógico hasta cierto punto, porque no va a dictar normas que le perjudiquen.
No me gustan las ideologías, ni el encorsetamiento de su peculiar modo de dirigir lo que unos pocos creen que es bueno para muchos.
Siempre me he sentido un tanto ajeno a lo que socialmente se define como “correcto”, como “digno”, “como lo que está bien”.
Y la pregunta que siempre me hago es correcto, digo y bien ¿Para quién? Y cada vez más, entiendo que está correcto, digno y bien lo que a cada uno le funcione bien. Sin más.
Siendo el límite, el que nuestras acciones no perjudiquen o dañen a nadie.
Pero estamos demasiado acostumbrados a mirar al otro. Demasiado acostumbrados a quedar “bien”, demasiado acostumbrados a asumir sin ni siquiera cuestionar, demasiado acostumbrados a aceptar aunque no nos parezca correcto.
Demasiado pendientes del qué dirán, demasiado abrumados con lo que la norma dicta, con lo que el “buen hacer” establecido nos dice y nos olvidamos del lugar donde deberíamos estar nosotros.
Se oye por todas las partes… “Hay que quererse más”. Yo diría, “Hay que quererse mejor”. Por un principio simple, más vale calidad que cantidad y en cuestiones de cariño, evidentemente es más importante la calidad de nuestros sentimientos que la cantidad
Cuando se habla del tiempo que dedicamos a los que queremos, familia, amigos y sobre todo en relación a los hijos y a nuestro nuevo modelo de sociedad donde la atención directa es escasa, para mí, el tiempo es relativo. Lo que de verdad importa es el cómo, no el cuánto.
Podemos estar mucho tiempo con alguien y sentirnos solos. Podemos incluso repetir lo mismo las mismas horas. Y hasta podemos aburrirnos con más de lo mismo.
PREFIERO UN TIEMPO DE CALIDAD QUE NO ESTÉ SOMETIDO A NINGUNA NORMA. EN TODO Y CON TODO.
FUERA DE LA NORMA, AL MARGEN DE LO ESTABLECIDO… AL FILO DE LO POSIBLE SOLO CON LA CONDICIÓN DE QUE TODO LO QUE HAGA DÉ COMO RESULTADO ESTAR BIEN, DENTRO DE MÍ.
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