EL TRABAJO HA SIDO SIEMPRE UN ELEMENTO MOVILIZADOR DE LA ENERGÍA CREADORA DEL SER HUMANO, DE SU INGENIO E IMAGINACIÓN APLICADOS A LAS MÁS DIVERSAS FACETAS EN EL ORDEN MATERIAL, ARTÍSTICO E INTELECTUAL.
Tal vez podríamos decir que la verdadera historia del ser humano se inicia cuando este comienza a trabajar, porque es a través del fruto de su trabajo cuando empieza a apartarse de su unidad primitiva con la naturaleza, modificándola y modificándose a sí mismo. A partir del trabajo se libera y se convierte en creador, desarrollando sus facultades artísticas y racionales y de esta manera, evoluciona como individuo y como espíritu.
Sin duda, el desarrollo humano y el progreso se basan en el trabajo, y en sentido inverso, este contribuye decisivamente en el desarrollo de las facultades humanas como el ingenio, la creatividad, la voluntad, la perseverancia; aspectos igualmente válidos para el trabajo físico e intelectual.
Esta íntima relación entre el hombre y su trabajo, la manera en que lo hace, su actitud frente a esta labor diaria, es un factor determinante en el desarrollo de su personalidad, porque a través de él proyecta sus aspiraciones, se entusiasma con sus logros, canaliza su necesidad de realización individual, y lo que es muy importante, mantiene un vínculo con lo social que lo dignifica.
Pero el sentido del trabajo ha cambiado a lo largo de la historia, acompañando las transformaciones de la sociedad y la economía, profundamente condicionadas por el avance tecnológico.
Si bien los abusos en la explotación del ser humano durante el inicio de la era industrial han sido en gran parte del mundo condenados por una sociedad más sensible y una legislación laboral que preserva su dignidad, asistimos hoy a un nuevo escenario socioeconómico dominado por la incertidumbre y la insatisfacción.
Efectivamente, para cada vez mayores sectores de la sociedad el trabajo ya no constituye un acto de íntima significación humana sino una necesidad imperiosa para el sustento frente a una realidad dramática que no reconoce fronteras: el desempleo.
Si bien este problema adquiere diferentes matices según economías más o menos desarrolladas, ningún país escapa a los efectos nocivos que implica la pérdida del empleo.
Frente a un orden global ya establecido, muchos factores posiblemente confluyan en esta encrucijada que tiene derivaciones sociológicas de gran impacto en la salud física y espiritual del hombre. Y es que el ser necesita ocupar su mente y su tiempo, sentirse útil en la red social de la cual forma parte y desarrollar sus facultades intelectuales y emocionales dentro de un ámbito de relación.
ESTA ES LA MATERIA PRIMA DEL PROGRESO ESPIRITUAL, EL LABORATORIO DE EXPERIENCIAS A PARTIR DEL CUAL EL SER HUMANO, COMO ESPÍRITU ENCARNADO, PROGRESA Y CONTRIBUYE AL PROGRESO DE SU ENTORNO.
La inactividad, ya sea por falta de necesidades o por la falta de empleo, no solamente es un estigma social donde la persona pierde prestigio y respeto consigo mismo y con los demás, sino un despropósito para el espíritu ávido de experiencias en su trayecto evolutivo.
El trabajo, como ley Divina, es el que moviliza el progreso de las civilizaciones. Desde el más humilde de los trabajadores hasta el científico más esclarecido, pasando por las más variadas manifestaciones del arte y la cultura, todos contribuyen desde el punto de vista material, intelectual y hasta emocional en las grandes realizaciones humanas.
TAL VEZ SEA NECESARIO, COMO ESTÁ OCURRIENDO EN OTRAS RAMAS DE LA CIENCIA, UN CAMBIO DE PARADIGMA EN LOS MODELOS ECONÓMICOS QUE SALGAN DE UNA VISIÓN FRAGMENTARIA O CARTESIANA DE LA ECONOMÍA (ECONOMICISMO) HACIA UNA VISIÓN HOLÍSTICA, INTEGRADORA, CUYO FIN SEA EL SER HUMANO, CONTEMPLADO EN SUS NECESIDADES FÍSICAS Y ESPIRITUALES PERO SIN OLVIDAR EL MEDIO AMBIENTE DONDE SE DESENVUELVE COMO ÁMBITO IMPRESCINDIBLE PARA UNA MEJOR CALIDAD DE VIDA.
Hoy, la premisa económica y los valores culturales de nuestra sociedad están directamente consustanciados con la producción y el consumo, que dejan de tener un sentido de necesidad, para transformarse en un fin en sí mismo. Esta cultura del consumo, no sólo crea necesidades ficticias sino que también atenta contra la naturaleza al abusar de los recursos naturales, muchos de ellos no renovables.
La evolución de una sociedad, que incluye la evolución de su sistema económico, está íntimamente vinculada a los cambios de su sistema de valores culturales. Los valores que rigen la vida de una sociedad, expresados y codificados, son los que posteriormente determinarán la visión de sus instituciones, de sus escuelas, de sus empresas y hasta de sus acuerdos políticos y económicos. Pero este sistema de valores culturales no es inamovible.
Uno de los elementos fundamentales para el cambio lo constituye la educación. La educación que comienza en la familia y se complementa en la escuela, donde se valora el esfuerzo, la previsión, el respeto por el semejante y la naturaleza. Una educación que contemple la solidaridad dentro de la trama social que permita a los individuos con menos oportunidades sentirse partícipes de los beneficios que la civilización nos brinda. En definitiva, una educación moral que modele caracteres y cree hábitos.
EL CAMINO DEL PROGRESO, QUE DESDE UNA PERSPECTIVA ESPIRITUAL Y HUMANA ES INEXORABLE, NO ESTÁ EXENTO DE DIFICULTADES. PERO ESTAS DIFICULTADES Y DESAFÍOS SON LOS QUE DEBEN LLEVAR AL SER HUMANO, SOBRE TODO A AQUELLOS CON MAYORES COMPROMISOS CON LA SOCIEDAD, A REFLEXIONAR Y ACTUAR CON RESPONSABILIDAD.
POSIBLEMENTE EL TRABAJO ADQUIERA NUEVAS MODALIDADES EN EL FUTURO EN FUNCIÓN DE LA EVOLUCIÓN ESPIRITUAL Y HUMANA, PERO SIEMPRE SERÁ UN ELEMENTO ESENCIAL PARA EL INDIVIDUO Y ÚTIL PARA LA SOCIEDAD, EN ARMONÍA CON EL PROGRESO UNIVERSAL.
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