COOPERACIÓN ENTRE REINOS MEDIANTE LA INGESTA DE ALIMENTOS
Extractos del libro: ALIMENTACIÓN EVOLUTIVA
Parte 1- VEGETARIANISMO – ARMONIZACIÓN MEDIANTE LA INGESTA DE ALIMENTOS
La relación con la alimentación, al igual que mi experiencia con diversas energías, me fue mostrando que no existía campo que pudiera permanecer ajeno a la expresión de la vida interior.
Gradualmente, aquella primera e imprecisa convicción de que no debía comer cadáveres para favorecer mi proceso evolutivo, fue pasando por ampliaciones y purificación.
Cuando algunas personas me preguntaban, con cierta intriga, acerca de mi posición ante los alimentos, solía hacer hincapié en el cuidado del patrón vibratorio de nuestros cuerpos. Este argumento fue utilizado por mi ser en cantidad de ocasiones. Las personas más receptivas solían quedar satisfechas y, en alguna medida, influenciadas benéficamente.
Con el pasar de los años, la exposición de este argumento no me permitía percibir el trabajo de armonización que suponía su ofrecimiento.
Se hacía innegable, que la actualización de la energía con él relacionada debía efectivizarse.
Mi amor por el reino animal, ya compartido líneas arriba, era la clave para desentrañar aquel valioso complemento relativamente ausente en mis declaraciones pro vegetarianas. De ese modo, con profunda alegría, comencé a fortificar en mis declaraciones aquella posición.
Para mí, a tal punto no era necesario recurrentemente ese señalamiento, producto de mi profundo amor hacia los animales, que obviaba ingenuamente ofrecerlo con la energía que tantas situaciones demandaban.
Comencé por preguntarles a ciertas personas interesadas en el tema, cuántas veces habían visto una vaca anciana. O un cerdo; una oveja; una gallina; un pavo; o cualquier otro espécimen de los que comúnmente se sirve caníbalmente la humanidad. Inclusive los caballos, con quienes guardo una profunda vinculación, son despachados a mataderos cuando no pueden brindar beneficios arrastrando un carro o paseando a sus amos.
Recuerdo, en tal sentido, las caras de picardía poco disimulada en los paisanos, cuando les hemos comprado sus viejos caballos, facilitándoles vivir sus últimos años, armónicamente y en paz, en las lomas y quebradas de Sierra del Cielo. Situaciones y rescates que han guardado una cierta periodicidad a lo largo de los últimos tres lustros, y seguirán aconteciendo cada vez que la vida nos lo señale.
Volviendo entonces a aquella pregunta tan simple como molesta, la mayoría de las personas solía responder que no habían visto jamás una vaca vieja.
Les preguntábamos entonces si sabían a qué se debía aquella imposibilidad.
¿Era posible que una gran cantidad de especies animales no conociera, salvo excepciones, las experiencias evolutivas ofrecidas por la ancianidad?
Quedaba suficientemente claro que, incluso la gran mayoría de los vegetarianos, desconocían el principio superior de la alimentación; basado en Leyes de Equilibrio; por medio de las cuales, el acto de alimentarse debe contemplar la posibilidad de ofrecer sustento y salida evolutiva al universo del que formamos parte, así como a cada una de las partículas que lo constituyen.
¿NOS ESTAMOS ALIMENTANDO, GENUINAMENTE, SI NO CONTEMPLAMOS LA SITUACIÓN DE OTROS SERES, MÁS ALLÁ DEL REINO AL CUAL TRANSITORIAMENTE PERTENEZCAN?
Si no prima en nosotros un principio altruista, por medio del cual nos disponemos a custodiar la posibilidad de que los animales completen sus experiencias evolutivas sin ser asesinados y devorados, ¿estaremos en condiciones de, en un mismo y sintonizado gesto ceremonial denominado alimentación, manifestar que ofrecemos sustento a la vida planetaria?
En un momento donde los seres humanos estamos siendo invitados a un ensayo más profundo con la Ley Interna, no poder guardar una actitud amplia y evolutiva frente a los alimentos representa, a la hora de ingerirlos, una especie de hurto de energía.
No se trata solo de no comer carne, o derivados del reino animal, si nuestra actitud ante la comida es predatoria. Si nuestra forma de alimentarnos revela egoísmo y búsqueda de satisfacción de los sentidos o sensualidad.
Tenemos como ejemplo, algunas sectas o grupos religiosos vegetarianos; más precisamente de perfil lacto-ovo-vegetariano, que buscan disfrazar los platos de base vegetal para que se asemejen a los preparados carnívoros. Sazonando, modelando, combinando, y presentando aquel alimento, de un modo tal, que sus parecidos con la alimentación omnívora lo hagan más deseable y apetitoso. Ignorando que semejante manipulación logra desvitalizar profundamente los componentes de aquellos preparados.
Las técnicas de cocina evolutivas manipulan los alimentos con sumo respeto y cuidado.
Descartando incurrir en adornamientos y presentaciones burdas. La cocina de corte superlativo es aquella de mayor simplicidad técnica; donde los fundamentos se observan en el estado de sintonía de quienes cocinan, el ambiente donde los preparados se procesarán, el propósito superior percibido, así como el origen de los alimentos de referencia.
El vegetarianismo, al igual que cualquier otra energía o elemento, ha padecido sus procesos de cambio. La razón principal para ello está dada en la mudanza de polaridad planetaria acontecida el 8 de agosto de 1988. Antes de que aquella mudanza se consumara podría decirse que, con el solo hecho de no comer cadáveres, un individuo cumplía ampliamente con gran parte de lo que de él se esperaba bajo ciertos aspectos evolutivos.
Fuera que su alineación se manifestara por medio de la macrobiótica, o cualquiera de las variantes denominadas naturistas o vegetarianas; incluyendo las dietas que se extendían hasta la incorporación moderada de lácteos.
Cuando la nueva polaridad comenzó a desplegar su energía, un pequeño número de consciencias que expresaban servicio, incluyendo en tal sentido el vegetarianismo, se vio estimulado a purificar su dieta. Por la vía intuitiva, comenzaron a registrarse informaciones acerca de la regeneración de las tramas etéricas. Estas tramas, o terminales etéricas, permitirían la interacción con energías y leyes de corte superlativo. Este proceso, de renovación sutil, debía darse tanto en el contexto general planetario como en los componentes etéricos de los individuos.
De un modo simple, las informaciones comenzaron a hacer referencia a la necesidad de evitar comer ciertos vegetales. Ya no bastaba con la abstinencia y renuncia a la ingesta de cadáveres. Se revelaba como elemento fundamental no incluir en nuestra dieta vegetales cuya función principal, durante el ciclo anterior, había sido colaborar con la neutralización de nuestra alimentación caníbal.
El denso campo etérico de la carne, además del patrón vibratorio remanente del martirio que desembocaba en una siniestra muerte, encontraban en algunos vegetales una especie de disolvente parcial.
Así, el ajo y la cebolla, los puerros, verdeos, pimientos y picantes, y la uva fermentada en forma de vino, entre otros, pasaron a ser mostrados como elementos a trascender.
Si un sutil entramado etérico debía ser instalado en los seres más despiertos internamente, estos seres debían de cuidarse de no consumir diluyentes etéricos.
El ajo y la cebolla, tan compulsivamente utilizados por las distintas líneas vegetarianas en la actualidad, guardan la capacidad de destruir la constitución del nuevo patrón etérico. Su ingesta solo debería ser vista como relativamente adecuada en los omnívoros y caníbales.
Quien desenvuelve su consciencia abarcando en tal proceso una alimentación de corte superior, de lograr estar lo suficientemente atento a los estímulos provenientes de su alma, restringiría la ingesta de todos aquellos vegetales que impactarán fuertemente su campo sensorio.
Aquellas personas que descartan de su alimentación los picantes, el ajo y la cebolla, los aceites fritos o sometidos a altas temperaturas, pasado un tiempo pueden confirmar -al tomar contacto accidental con algunos de estos elementos- el fuerte choque que producen en sus estructuras sutiles. Incluso, ese impacto lo acusan con solo permanecer cerca de quienes exhalan las contrapartes densas de ese tipo de alimentos.
Aliento y transpiración, al igual que el orín y la materia fecal, muestran claramente la necesidad de nuestro cuerpo etérico-físico de liberar la densidad vibratoria que estos elementos imponen.
Cuando por diversos motivos revisto la necesidad de alimentarme fuera del centro donde resido, sea por viajes o algún trámite ineludible, suelo vivir curiosas experiencias con los alimentos.
En más de una oportunidad, al ordenar ensaladas y detallar meticulosamente que no contengan huevos, lácteos, ajo, cebolla, picantes o morrones, recibo la promesa bienintencionada de los camareros. Lo que no evita que, al momento de tomar esos alimentos, las cosas no resulten como uno hubiera esperado.
En ocasiones, al contacto con el primer bocado, la energía densa de los alimentos puntualmente excluidos en el pedido se hizo presente. Esto me ha llevado a revisar atentamente una buena cantidad de ensaladeras, buscando el cuestionado elemento, registrado por medio de un sentido sutil. En la mayoría de los casos la búsqueda arrojaba resultados negativos.
Todo se aclaró para mí cuando, por la vía intuitiva, comencé a percibir que, en las cocinas de ciertos restaurantes, el uso común de tablas de picar y cuchillos interfería en la cualidad de mis encargues. Las ensaladas que me preparaban las cortaban en tablas impregnadas de ajo o cebolla, o incluso, como alguna vez me fue mostrado por vía interna, restos de grasa animal o sangre. Lo que en ocasiones me llevó a pedir la cuenta y retirarme sin tomar alimento ninguno.
El relato que acabamos de compartir, bien podría ser tomado por algunas personas como exageración propia de un fanático. Solo aquellos seres que han registrado los aspectos más sutiles y ocultos de la alimentación podrían confirmar la esencia ejemplificadora de lo narrado.
Nuestra sutilización está emparentada con el sustento ofrecido por medio de formas de alimentación evolutiva. No depende exclusivamente de ellas, pero encuentra en ellas un valioso aporte.
Es en la medida que reducimos la distancia con nuestra consciencia interna que nos vamos transformando. Nuestra sutilización responde a nuestra transformación. Es una de sus consecuencias. Aspectos puntuales de nuestra sutilización se alimentan de la cualidad de nuestra dieta. La intención de transformarnos incluye, en algunos tramos de nuestro transcurso evolutivo, la necesidad de abrirnos a una alimentación sutil y superior. Cuestión que irá abarcando, gradualmente, la cooperación con los reinos infrahumanos.
Al referirnos a algunos tramos de nuestro transcurso evolutivo, no estamos insinuando que debiera ocurrir una reversión o retroceso. Hacemos referencia a la instancia en la cual ya no hay marcha atrás en algunas de nuestras decisiones; en este caso la alimentación altruista y evolutiva.
Alguna vez, un matrimonio con el que compartí algunas instancias, nos manifestó que ya había hecho su experiencia vegetariana. Intentaban estos dos seres, a lo largo de una serie de charlas que compartimos, imprimirnos la certeza de que el vegetarianismo era solo una cuestión de snobismo.
Manifestaban, ambos, no haber “caído” en la vertiente mística de moda, y que cualquier cosa que uno coma lo mantiene “vivo y alimentado”.
Cabe destacar que una de las características principales de estas dos personas es una rígida mente racional con marcada tendencia especulativa. Una de las desventajas del vegetarianismo, según ellos, se basa en la incomodidad de sus preparaciones, al tiempo que no les permite comer en casa de cualquier persona o participar de asados los fines de semana.
Solo una personalidad madura, con acercamientos y ensayos altruistas genuinos, puede asumir las variables elevadas del vegetarianismo.
En diversas ocasiones, algunos argumentos denotan la incomprensión de quienes los esgrimen respecto a los juegos de fuerza que los inhiben. Así, existen personas que manifiestan necesitar comer “un poco de carne” para poder enfrentar “la energía densa del lugar donde vivo”. Incluso llegando a declarar, que si están “demasiado sutiles” las vibraciones bajas las vencen o debilitan.
Si un ser se sutiliza, precisamente en el contexto vibratorio del ámbito o ciudad donde mora, es que los juegos de fuerza presentes en ese marco no han podido interferirle de modo efectivo.
Posiblemente, las personas que piensan de ese modo no tienen claro el significado del término “sutil”. Confundiéndolo con “indefenso”, “frágil”.
Al necesitar comer carne, y pasar a sentirse bien luego de su ingesta, un individuo está simbolizando su estado de consciencia. Por supuesto, no en algunos casos, incluso, su estado interior de consciencia.
Quienes necesitan aún alimentos de índole primitiva, suelen vincularse limitadamente con su partícula interna.
En caso de ser personas “interesadas por las cuestiones espirituales”, su interés es sumamente racional. Sin ser extraño que cierta ambición espiritual se halle presente.
Si la consciencia interior no está lo suficientemente despierta, mantenerse en la posición de renunciar a ciertos alimentos retrógrados no contará con suficiente respaldo. La capacidad de determinar la alimentación como una forma de asistencia hacia el universo que conformamos, forma parte de impulsos interiores e inspiración.
Quien comprende el sentido de tomar alimentos, estimulado para vivir un acercamiento entre los núcleos de su propio ser, confirma aspectos inéditos del acto de comer. Principalmente accederá a la experiencia de estar ofreciendo sustento al nivel de consciencia donde transitoriamente se encuentra polarizado.
Alimentarse pasa a ser comprendido como parte de la asistencia a la vida planetaria. El ser aprende a mantenerse en apertura a la hora de tomar alimentos. Sin rituales exóticos o caricaturescos. Sin pases de mano sobre la perfecta armonía de un espécimen vegetal donado a su propia aura y consciencia.
Cuando la aspiración está presente en voltajes adecuados, la energía de los cuerpos se abre camino hacia los mundos sutiles. En el contexto de aquella trilla, la alimentación evolutiva recae sobre el ser como un estímulo vigorizante y vivificador. La repulsa sobre alimentos de origen animal es vivida como la liberación de un determinado patrón.
Hace años una significativa experiencia me fue otorgada.
Me encontraba en el ámbito donde por aquel entonces compartíamos los alimentos. Había llegado algunos minutos antes que mis compañeros. La comida estaba colocada desde hacía solo unos instantes. Seis o siete recipientes conteniendo vegetales crudos provenientes de los huertos que en el centro cultivamos. A esto se sumaba alguna olla con arroz integral cocido.
Me mantenía en silencio, esperando sin impaciencia el momento de compartir la ceremonia de los alimentos. Permanecía con los ojos cerrados.
Ante un fuerte impulso los abrí y dirigí mi mirada hacia una de las fuentes. En ella, unas armoniosas y hermosas hojas de lechuga amarga se destacaban. Por vía intuitiva comprendí la “actitud” de aquellas. La forma en que permanecían donadas. De inmediato, comprendí que aquella donación debía ser acompañada por una energía análoga. Me estaba siendo mostrado como funcionaba la ceremonia alimenticia en sus sentidos ocultos y superiores.
Aquellas hojas debían ingresar, al igual que cualquier otro alimento, a un campo de vida que les permitiera realizar una experiencia evolutiva genuina. La actitud de quienes las ingiriesen debía estar a la altura de los requerimientos que aquella previsión energética buscaba instalar.
Al ingresar al aura de un ser humano receptivo, con capacidad de real asistencia y servicio, aquellas partículas del reino vegetal pasarían por una transmutación.
Los compañeros fueron entrando silenciosamente al comedor. Lentamente tomé uno de los platos y me dirigí hacia aquellas hojas. Al tomarlas percibí la sutil energía que en ellas imperaba. Habían sido retiradas del huerto con delicadeza y respeto. Maltrato ninguno habían sufrido al ser higienizadas y preparadas para la más grande de las ceremonias a la que podían aspirar: ingresar al aura humana para liberar la esencia en ellas presente.
Así aquella esencia, inmersa en un patrón vibratorio de características evolutivas adecuadas, consumaría un aprendizaje y servicio de modo simultáneo.
Aquellas hojas debían recibir tanto sustento como el que silenciosamente ofrecían. Comencé a comerlas con gratitud y serena alegría. Gratitud por permitírseme descubrir aquella fase tan simple y profunda de la alimentación.
Finalmente la rueda se cerraba en otro de sus tantos sectores difusos y enigmáticos.
Recordaba reflexiones espontáneas acerca de la retribución kármica para con el reino vegetal. Allí, frente a aquellas frescas y vivificantes hojas, me encontraba ofreciéndoles humildemente mi propia consciencia.
La alegría de saber que me era ofrecido alimentarlas y asistirlas en su proceso de liberación de energías me llevaba a un particular estado.
Mientras “ingresaban” a mis cuerpos, también, y de algún modo imposible de explicar, yo “ingresaba” en ellas. La fusión de energías podía ser percibida por un fuerte estímulo interior que obraba de facilitador.
A partir de ese día pude reconocer sin esfuerzo
-e intención ninguna en tal sentido- cuándo un ser ha logrado trascender la alimentación egoísta. Cuándo aún solo es capaz de alimentarse a sí mismo a la hora de ingerir alimentos.
Gradualmente, fui notando también una merma en las cantidades de alimento que necesitaba diariamente. Solo en ocasiones, donde mis cuerpos daban señales inequívocas, una mayor ingesta de ciertos alimentos se tornaba necesaria esporádicamente.
Mi masticación se tornó, espontáneamente, aún más eficiente. En ocasiones llegué a percibir como superaba -sin propuesta consciente ninguna- las ochenta o noventa masticaciones. No solo se trataba de facilitar la digestibilidad de lo que ingería. Eso, en algún grado, se ofrecía a mi mente como algo superficial y secundario. La masticación ofrecía a la contraparte oculta de la ceremonia alimenticia las llaves para el intercambio energético que ambas partes necesitaban. La saliva y su participación energética y vibratoria no podían ser suplantadas.
Aspectos sumamente sutiles y elevados, presentes en los vegetales que consumimos, son liberados en el campo energético que forma parte de nuestra cabeza. Si la ceremonia masticatoria es insuficiente, aquellos componentes etéricos se descomponen en contacto con los densos jugos gástricos; cuyo patrón vibratorio está actualmente en mudanza en los seres más despiertos internamente. El tiempo masticatorio -o mejor dicho, el ciclo interno que lo utiliza como revestimiento- así como la acción oculta de la saliva, permiten la liberación mencionada, antes de que las contrapartes más groseras del alimento sigan su descenso hacia el aparato digestivo.
En ocasiones nos consultan acerca de la cantidad de masticaciones adecuadas. Solemos contestar que no existe un número fijo, pero, de modo regular, no deberían ser menos de cincuenta o sesenta. Una persona avanzada en el arte de la alimentación debería masticar entre cuarenta y cinco y noventa veces los alimentos. Solo en ocasiones, y ante el tratamiento de algunos alimentos, un mínimo de treinta y cinco o cuarenta veces podría ser correcto.
Según el tiempo que lleve en contacto el alimento con la secreción salivar, se produce una gradual liberación de componentes sutiles y energéticos.
Los más sutiles son los primeros en liberarse y transitar las distintas vías energéticas de nuestro cuerpo etérico-físico, transitando canales de egreso que desembocan, luego de la vivificación a su cargo, en el campo áurico o espectro de energías que nos rodea.
Cuando lo que ingerimos es un trozo de cadáver, la descompensación energética y ceremonial es inmensa. La energía no se encuentra ya presente en aquel desecho. Densas fuerzas del plano astral dominan aquel elemento. Todo el traumatismo vivido por aquel ser se encuentra presente a modo de registro. La influencia es perversa para nuestros propios cuerpos, cuyo patrón vibratorio es violentado p
ara asemejarse al del cadáver mismo; ya que los mismos están preparados, arquetípicamente, para corresponder a las energías presentes en los alimentos.
Preparados para una vinculación profunda con ellas, sustentando un ceremonial regulador, entre otras cosas, de uno de los aspectos del orden celular sutil.
Si un ser transita ya el ciclo donde la alimentación evolutiva es ensayada, él, incluso mediante el acto de alimentarse, estará respondiendo a las actuales energías polares regentes; colaborando con ellas en su accionar. El carácter introspectivo del actual patrón energético revela que, en el acto de la alimentación, se manifiesta un trabajo grupal evolutivo entre reinos. Cooperación entre reinos, sí, pero definitivamente un trabajo grupal. Minerales transmutados por vegetales que, a su vez, son ingeridos por seres humanos.
Los primeros dos escalones deben encontrar en el tercero el conductor ceremonial.
Si nuestra consciencia alimenticia está despierta a consecuencia de nuestro despertar interior, se nos ofrece oficiar como sacerdotes en el contexto de aquel trabajo grupal.
En todo trabajo grupal existen elementos jerárquicos. Dentro de un plano, o nivel de consciencia, nos corresponde aquel rol.
De todos modos debemos tener presente, que la participación de energías en la cuestión alimenticia no se limita a un rígido triángulo constituido por humano-vegetal-mineral.
Distintas fuentes internamente conforman el proceso. Fuentes que sirven para el sostén energético de cada campo de vida y consciencia en la superficie planetaria; así como en los niveles internos del planeta.
Una única energía sustenta la realidad toda y, donde quiera que ella se manifieste, el andamiaje infraestructural sutil debe estar activo.
Extracto del Libro Alimentación Evolutiva:
Autor: Daniel Gagliardo
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