Dos datos para la reflexión
Un programa de televisión y una noticia en un telediario han dado pie a la misma reflexión.
El programa: Un psicólogo interviene como mediador en una relación más que conflictiva entre una adolescente y su desesperada familia.
La noticia: Un colegio de Galicia que, al igual que otros muchos, preparan a alumnos aventajados para que sean mediadores entre compañeros que viven algún conflicto.
La reflexión: ¿Hasta dónde vamos a llegar? ¿Cómo hemos podido llegar hasta aquí? Necesitar de un mediador para que las relaciones humanas más elementales sean mínimamente correctas, desdice mucho de nuestra capacidad de entendimiento mutuo; de nuestra habilidad para conducir las conductas de los seres sobre los que tenemos encomendada la misión de educar.
.¿Será que tenemos que frenar en seco la primera vez que advirtamos en nuestros hijos el mínimo atisbo de malos modos, la primera falta de respeto hacia los que son la autoridad en el hogar, antes de que una adolescente pegue literalmente a su madre y a su abuelo como el primer caso que nos ocupa?
¿Será que es una insensatez que tres miembros de una misma familia estén viendo el mismo programa en tres televisores diferentes y en tres espacios separados dentro del mismo hogar? ¿Será que hay que acostumbrar a los hijos a compartir cediendo? Si hoy no ceden compartiendo un espacio televisivo, ¿cómo podemos pretender que mañana cedan compartiendo un estilo de vida, y que encima sean felices por ello?
¿Será, tal vez, que no hemos enseñado a nuestros niños y jóvenes que la solidaridad no es solo un deber, sino que además es un cauce para ser felices?
¿Será que ese “Yo y ahora” no es una consigna válida para formar seres humanos, capaces de ceder la satisfacción individual en beneficio del bien del grupo al que pertenecen?
¿Será que nuestros niños viven en la más absoluta de las soledades, la soledad del alma, y por ello no saben resolver solos la primera dificultad ante sus amigos, por muy leve que esta sea?
¿Será que estamos fabricando una niñez y una adolescencia con excesivas cosas materiales, pero carentes del valor de la lealtad, de la honradez, de la inmensa fortuna que supone tener amigos? Por cierto: ¿qué va a pasar ahora, cuando la crisis que padecemos, les va a privar de lo material, si es el patrimonio más valioso?
Siempre he entendido al mediador como esa persona, sea o no profesional, con el equilibrio suficiente para analizar un conflicto y, de manera objetiva, provocar un cambio de conducta en las partes implicadas. Y sigo preguntándome:
¿Es un mediador válido un alumno, tan niño como sus compañeros, para solucionar un conflicto entre iguales? Jamás podremos impedir que dos niños se peleen o discutan; pero todos hemos aprendido en casa las herramientas válidas para manejar esas situaciones, aun cuando no hiciéramos caso a nuestros progenitores.
El peligro está, no en que dos niños se peleen, sino en la carga tan asombrosa de agresividad que padece toda la sociedad. Si la pudiéramos medir con indicadores físicos, estaríamos preguntándonos cómo no estamos matándonos en cada instante. Creo que ahí está el fondo de la realidad. Es de tal magnitud, que ni los padres sabemos atajarla, ni la comunidad educativa es competente para ello.
De este modo, y en los casos que nos ocupa, la familia recurre a exponer su problema en el escaparate de la televisión, poniendo en entredicho el derecho y el deber de proteger la intimidad de lo que ocurre en el ámbito familiar; y la comunidad educativa le confiere a un alumno la misión que no le corresponde, corriendo el riesgo de que el mediador, al ser igual de niño, genere un problema para sí mismo, en un intento de solucionar el de otros.
Tal vez, si se nos ocurriera hacer una fuerte campaña emocional en favor de Amor, de desearnos siempre un buen día y un feliz descanso; de entregarnos al abrazo sin reservas; de sentarnos juntos ante una película o un programa de televisión, compartiendo una bolsa de pipas… tal vez descubriríamos que nuestro hijo, nuestra hija o nuestro joven también tiene un corazón… tal vez descubriríamos por qué se muestra agresivo: quizás porque ha cifrado su dicha en el tener y ¡claro! Jamás va a ver cumplida su ilusión.
A lo mejor, si le contamos que también nosotros nos peleábamos con nuestros amigos en la escuela, nos preguntará qué estrategias eran las más adecuadas en cada situación. Y, sobre todo, hacerles saber que el respeto en el seno familiar es algo innegociable.
Veo que hay más preguntas que respuestas; pero también veo que el rumbo que hemos trazado ha resultado desastroso.
Y que si no modificamos desde dentro la hoja de ruta, habremos perdido para siempre lo más valioso para un colectivo social: la capacidad de entendernos en la diversidad, de respetarnos en las diferencias, y de amarnos desde la tolerancia.
Es una colaboración de J.T.G.
A la que damos las gracias por compartir con todos nosotros su saber y su tiempo.
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